lunes, 30 de mayo de 2016

Crímenes Perfectos - Capítulo I


Tengo insomnio.
Siempre tengo insomnio.
En San Luis hace calor, el calor genera sueño, pero yo no puedo dormir. En la sala del hotel algunos turistas ocasionales me reconocen. No por mis virtudes y aptitudes musicales, supongo que habrán visto las noticias de nuestro show de Córdoba y todo el circo mediático que se montó en torno a eso, luego habrán visto y leído sobre la internación de Ángela y mis fotos insultando a los periodistas, mi cara, de a poco, comienza a ser conocida para el público común. Me alegra andar por la vida con gafas y gorra, esos adornos de la moda cumplen el papel de traje de súper héroe, sin ellos no puedo salir a la calle porque me siento inseguro, con pánico. Pero últimamente disfrazado de esa forma las personas ya me reconocen, así que de a poco voy tomando coraje de salir sin ellos, y sin disfraz soy uno más. No hay mal que por bien no venga, dicen.
  Dolores habla por teléfono mientras yo me refresco con un agua saborizada de naranja. Al parecer la mala prensa es buena prensa, y las entradas están agotadas, “el Universo está a mi favor”, canto mentalmente. La policía dice que si no se habilitan más entradas el show se va a tener que suspender porque no podemos tener más gente afuera que adentro. Los bomberos dicen que es ilegal habilitar más entradas porque el lugar va a colapsar. Cambiar el lugar del recital ya no se puede porque no nos dan los tiempos. Enterado de todo esto un fiscal comienza a actuar de oficio. Tenemos a la ley sobre nuestras espaldas.
Un chico sobreviviente del fotolog pasa caminando  por la vereda. Mira hacia adentro del hotel y allí estoy yo. Supongo que me reconoce. Camina más lento, como para verme por más tiempo y verificar si soy yo o no. Luego regresa sobre sus pasos, cada vez más lento y me mira. Levanto mi pulgar y veo su cara de asombro. Acelera su marcha y un par de minutos después está parado frente a la vidriera con una chica vestida con una remera negra con letras blancas que dice en tipografía rústica “The Educators”. La chica se tapa la boca y con torpeza busca algo en su bolso. Saca una vieja cámara digital y la señala con el dedo para luego señalarse a ella misma. Le hago señas que entre. En la puerta de entrada la seguridad no le permite el ingreso.
-Están conmigo, está bien – digo con la voz elevada desde el sillón.
Los chicos me preguntan con timidez como estoy, aseguran que les gusta el disco nuevo. Me piden si podemos hacer una foto. Me incorporo y ella se acerca, amaga a abrazarme pero se detiene.
-¿Te puedo abrazar? – pregunta.
La traigo hacia mí desde la cintura mientras su amigo saca la foto. Luego hacemos lo mismo pero es ella quien me fotografía abrazado al chico. Mientras él me dice que viajaron desde muy lejos ella revisa las fotos, dice con cierta amargura que “ay, la mía salió mal”, parece que está por llorar, le digo que no importa que hacemos otra y listo, que no es nada grave.
-Boludo, ¿no sabés sacar una foto? – se enfada ella con su amigo al ver que la segunda imagen también salió movida.
No permite que saque una tercera. Le quita la cámara con desprecio y busca a alguien en la sala para pedirle “si por favor, no me sacás una foto”. Lo miro al chico y le hago un gesto cómplice, como diciéndole “que mina hincha pelotas”, él se sonríe y se encoje de hombros y rasca su cabeza.
Dolores gesticula cada vez más y escucho que eleva la voz en determinadas palabras, “no, imposible, es una locura, se van a hacer cargo ustedes”, me pregunto qué estaría pasando.
-Bueno, ¿decimos whisky? – digo nuevamente abrazado a la chica mientras una señora está a punto de tomarnos la foto, y los dos chicos comienzan a tararear la canción, claro, me había olvidado que tenemos una canción que se titula Whisky. La seguridad y el conserje los miran mal y se callan. Ahora el que se rasca la cabeza soy yo.
-¿Te puedo dar un beso? – me pregunta la chica.
Le digo que sí, iluso, inocente, y no tuve tiempo de frenarla en su embestida. Sus labios se pegan a los míos. Yo abro los ojos con asombro pero instintivamente la sujeto de las caderas. Su lengua escarba mi boca, acaricia la mía. Pienso que si Ángela llegara a ver eso nos echarían a todos del hotel. En un segundo de lucidez trato de empujarla sutilmente hacia atrás, pero ella me tiene agarrado por la nuca. Finalmente consigo escapar. Ella se gira dándome la espalda y grita un emocionante “AAAHHH” tapándose la boca a la vez que da pequeños saltitos en su lugar, como un canguro bebé. Dolores mira de reojo la situación y me pone cara de culo. Me encojo de hombros, yo no hice nada. Miro al costado, la puerta del ascensor se abre. Ángela está del otro lado. Quieta. Su expresión es extraña. Mezcla de asombro e ironía. Sé que vio lo acontecido, y si no lo vio lo sospecha por la escena misma.
Pasa por al lado de Dolores y no la saluda. Ni se miran. Pregunta donde se desayuna y se queja porque el café está fuerte, y los cereales no son azucarados, y el yogur es entero y lleno de grasa, y ella está realizando una dieta específica. Las camareras la atienden de mala gana, pero no tienen otro remedio que atenderla y tratar de cumplir con cada uno de los caprichos de su comensal.
Los chicos la reconocen. Ángela publica poemas desde nuestras revistas y es conocida en el ambiente. Tiene además un blog personal desde donde sube poemas y fotos para alterar a la platea masculina. Se acercan y le piden una foto, ya con más confianza en esto de hablarle a gente conocida, además pienso para mis adentros que tal vez el beso le haya brindado una energía extra.
-No – dice Ángela sin levantar la vista – Estoy desayunando.
-Es un segundo nada más.
-¡Te dije que no! ¡Volá de acá pendeja, volá!
Confirmo con ese acto que Ángela vio toda la secuencia que no tenía que ver. Me amargo al pensar que en algún momento eso generará una discusión con mi chica. Mi defensa sería la misma de siempre, le preguntaría “¿cuál es el problema, sos mi novia acaso?”, ella guardaría silencio y utilizaría esa misma pregunta cuando el beso se lo dé ella a otro. Así de cruel es nuestra relación. El personal de seguridad del hotel invita a retirarse a los chicos al oír los gritos, por puro protocolo le preguntan a Ángela si está bien. Dolores corta la comunicación con quien sea que esté hablando y lanza un “la puta madre” al aire.
Me sirvo un café, un jugo de naranja y dos porciones de torta. Esquivo las frutas y los cereales. Me siento frente a Ángela y le pregunto cómo se siente. Anoche tuvo fiebre y le costó dormir. Desde hace un par de semanas que su salud presenta vaivenes. Los análisis le salieron dentro de todo bien, solo un poco de anemia. Pero levanta fiebre de la nada, dijeron que tiene “algún virus”, que debe combatirlo con antibióticos.
-¿Cómo estás? – le pregunto.
Ella, lejos del sentido común, me arrojó el contenido de su copa de yogur con cereales contra mi cara, hizo lo mismo con mi jugo de naranja y con el café, aunque con este último tuvo la sobriedad de lanzármelo en el pecho. Lo demás se escurría por mis pelos y mi rostro.
-¿Me podés servir más? – pidió a una de las camareras extendiendo la copa ya vacía.
Bebió el yogur, se puso de pie y permaneció quieta unos segundos, vi como apoyó una de sus manos en la mesa para sostenerse, estaba mareada pero sabía que iba a negarlo si le preguntaba algo. Se dirigió hacia el conserje, se quejó de las toallas, de la música funcional y de la precariedad del mini bar del dormitorio.
Dolores ocupó su lugar en la mesa, me dice que mi relación con Ángela es tóxica y auto destructiva, me caga a pedos por haber dejado que una fan me besara, por hacer quilombo con la comida del desayuno y finalmente dice a modo de hermana mayor  un “dajala tranquila loco”, en relación a Ángela, “o cuidala, es tu novia”. Le digo que no somos novios y parece enojarse aún más, “con más razón dejala tranquila entonces”.

Pienso para mí mismo, que “si no es tóxica, no es relación”.

jueves, 26 de mayo de 2016

El hombre del Faro

En el Faro vive un hombre que nadie sabe cómo se llama.
A él no le importa que no sepan su nombre. Hace años que no habla con alguien, por lo tanto olvidó su propio nombre.
Este hombre pinta cuadros hermosos, y envía bellos poemas a los diarios que son publicados bajo un pseudónimo poco creativo. El Hombre del Faro.
Lo extraño del caso es que este hombre vive allí desde que se tiene conciencia. Todos dicen, inclusive los más viejos de la ciudad, que “cuando yo llegué él ya estaba”. Su primer poema fue publicado por un diario local hace más de cien años. En la última muestra de arte que se realizó con sus obras, había una que databa del año 1876.
Los rumores son varios. Que es inmortal. Que es un fantasma. Que simplemente tiene suerte y goza de buena salud. El más racional dice que en realidad el hombre murió y alguien continuó haciendo cosas en su nombre. Otros dicen que es un mito inventado por la secretaría de turismo para que la ciudad tenga al menos algo interesante de que hablarle a los turistas.
Claro que al no conocer su nombre real es imposible afirmar esto último, ya que cualquiera puede firmar una carta, poema, cuadro, bajo el pseudónimo el Hombre del Faro. Cuentan que algunos artistas prefieren mantener la leyenda viva, y así firman sus obras bajo ese pseudónimo.
Este hombre no responde cartas ni correos electrónicos. No tiene redes sociales oficiales, aunque algún que otro seguidor le ha armado grupos y blogs.
Pero a veces, cuando paso caminando por en frente del Faro puedo ver en la ventana más alta una luz encendida y la silueta oscura de la sombra de un hombre caminando por la habitación.
Me pregunto si será él.


lunes, 23 de mayo de 2016

Una Película Europea - Capítulo III

Tengo insomnio.
Siempre tengo insomnio.
Cuando siento esas inmensas ganas de dormir me recuesto semi desmayado en la cama, pero cometo el error de encender el televisor, y toda chance de dormir, de dormitar al menos, se desvanece, se esfuma como la esperanza de un enfermo terminal al que no le salen bien los últimos estudios. Me doy cuenta que tengo una obsesión. Lo primero que hago es poner el volumen en un número múltiplo de cinco. Una vez compré un televisor que cuando se subía o bajaba el volumen no medía en números, sino una escalerita de barras. Fui al local y pedí que me lo cambiaran.
-Disculpe – le dije al vendedor – Pero este televisor tiene un defecto.
-Dígame cual y la garantía lo cubre.
-El volumen no se marca con números.
Luego de consultar con el gerente, y dado que solo había tenido el televisor no más de un par de horas, accedieron a cambiármelo por uno que sí midiera el volumen en números. Fue lo que se dice una gauchada.
Mi obsesión continúa con el orden de los canales. Voy directamente al último de los deportes. De ahí bajo y miro los demás canales deportivos. Lo de siempre, fútbol americano, fútbol, básquet, un especial de pesca, y otro de deportes extremos. De ahí paso los canales altos, los de las películas. Visito el canal europeo, I-Sat (a quien le debo grandes inspiraciones e influencias), recuerdo que una vez me dijeron que She Dances With the Rain, una canción que forma parte del primer disco, era “una canción de película de I-Sat”, lo tomé como un piropo. Desde ahí bajo a los canales de noticias para terminar regresando a la mejor opción deportiva. Subo un poco el volumen, bueno, un poco, mínimo a cinco que no es tan suave.
Ángela se asoma a la habitación. Acaba de bañarse y viste con una bata y sus cabellos están envueltos en una toalla. Lava sus dientes, siempre lava sus dientes, tiene un TOC, yo tengo varios, no me molesta que ella tenga algunos, hasta puedo afirmar que una persona sin TOCs no es digna de respeto. A veces me pregunto si contar la cantidad de TOCs propios es un TOC en sí mismo. Ella tiene una expresión de desconcierto.
-¿Estás mirando porno? – me consulta con toda la intención de comenzar una discusión.
-No, no, es un partido de Sharapova, la tenista.
-Ah – dice estirando el cuello para ver la pantalla – Pensé que estabas mirando porno – se da vuelta y regresa al baño.
Amo los puntos largos de Sharapova. ¿Quién no ama los puntos largos de Sharapova? Un peloteo ida y vuelta de varios golpes. Odio cuando gana un punto rápido o deja la pelota en la red, insulto al aire cuando hace un Ace. En mi trilogía poética, esa que finalmente quedó cancelada por bajas ventas, hay un poema dedicado a la deportista, se titula “Una Diosa Rusa”, a mí me gusta.
Ángela regresa ya sin la toalla en la cabeza. Sus cabellos húmedos y sin desenredar se ven más oscuros que cuando están secos. Se levanta la bata como si se tratara de un vestido para poder acomodarse mejor sobre mí, en esa posición que todo lo puede.
-¿Te calienta Sharapova? – me susurra al oído, suave, provocativa y sensual. Ángela no conoce otra forma de susurrar.
-No – le miento.
Me besa. Su boca sabe a menta de dentífrico. La abrazo por la cintura. Está delgada. Durante su internación perdió varios kilos y no pudo recuperarlos. Se siente débil. Se cansa con más facilidad. Eso no la detiene. Para recuperar aire apacigua sus movimientos. Ya no es tan salvaje como antes. Se agita pero se niega a cambiar de posición. Mi teléfono celular suena. La pantalla anuncia que Dolores me está llamando.
-No la atiendas – susurra, siempre sensual, Ángela al borde del clímax intensificando de manera imperceptible sus movimientos.
Sé por experiencia que no responder una llamada de Dolores tiene consecuencias graves, “si te llamo me atendés, ok”, no es de llamar por pavadas, para charlar un rato o para hablar sobre el último capítulo de Death Note, anime que vemos y del que somos fanáticos. Además siempre me dice que “si no me atendés no sé si estás muerto, si te secuestraron o si te metiste en una secta”, viniendo de mí, todas las opciones son válidas.
Atiendo.
-Rocker – dice - ¿Qué estás haciendo?
Ángela exagera (o finge) su orgasmo. Dice Solari, “no es sincera pero te gusta oírla”, amén. Se hace un silencio en la comunicación telefónica. Sé que Dolores debe estar puteando para sus adentros. A mí, a ella, a Dios y a María Santísima.
-Nada – respondo – Miro un partido de Sharapova.
-Ah – también exagera su asombro estirando la letra A – Mirando un partido de Sharapova – repite.
Otro silencio interminable. Ángela se levanta y regresa al baño.
-¿Pasó algo? – me intrigo.
-No nada, te quería avisar que el disco sale el Lunes y que tocamos en San Luis en tres semanas para presentarlo.
Corta la comunicación sin despedirse. Sé, también por experiencia, que se viene un tiempo de discusiones. Lo mismo de siempre. Ángela va a querer viajar con nosotros. Dolores no va a querer que venga. Me van a decir a mí que elija, y allí se produce el grato momento de todo hombre donde se encuentra hazañosamente entre la espada y la pared.
      Me pongo nervioso. Me duele el estómago, no tanto por esa futura,  inevitable y ya clásica pelea, saber que voy a tener que subir a escena nuevamente me altera. Otra vez la lista de temas. Otra vez la presión. Otra vez los periodistas, la policía. Siento presión en el pecho. Nudos en el estómago. Se me enfrían las manos, y si no mantengo la calma sé que terminaré en el hospital conectado a cables haciéndome un chequeo del corazón. Respiro profundo. Camino hasta el mini bar. Cada vez tenemos menos botellas, y las que nos quedan están por la mitad. Le pregunto a Ángela si quiere tomar algo sabiendo cuál será su respuesta.
      Desde su internación Ángela se embriaga con mayor facilidad. Pero ya no es lo mismo. Ya no es divertido. El alcohol es algo que realmente la está lastimando. Bebemos juntos un par de tragos. Intentamos, o intento yo, tener sexo con ella, pero no podemos. Su cuerpo no responde. Yace desmayada. Inerte. Dormida. Zombie. Podría utilizar su cuerpo inerte como muñeca inflable, pero es más divertido con ella despierta.
Mientras la observo dormir recuerdo las palabras de su amiga, “le estás cagando la vida”, me gritó hace unos años cuando me responsabilizaban, con razón, de ser yo el encargado de facilitarle la marihuana. Victoria en ese tiempo me recordó que “es una pendeja boludo, ubicate”, Dolores me dijo que iba a terminar en cana, pero los hombres del clan me arengaban, me alababan, hasta sentían envidia, frases como “qué caramelo te estás comiendo”, solo conseguían incrementar mi deseo de no perderla y no dejarla tranquila.
      Ella está medicada. No debería tomar alcohol. Yo le facilito el alcohol. La regla de tres simples no me hace quedar nada bien. En una de nuestras tantas peleas me gritó que “sos lo peor que me pasó en la vida”, en ese momento sentí algo similar, ¿qué tan bueno era estar junto a ella? Pienso en las ensaladas que repudia Bukowski, y me ilusiono con pensar que quizás sean una buena solución, aunque claro, la historia no será buena. Ángela tose y me invade un sentimiento de culpa demoledor. La levanto con cuidado, no es muy pesada, y la acomodo sobre mi pecho para abrazarla mejor.
      Ella fue la primera en escuchar el disco completo, primero los demos o algunas melodías o arpegios desde mi guitarra, siempre dice que le gusta escucharme tocar la guitarra o el piano. Sobre el disco terminado dice que le gusta, que hay una madurez musical, le gustan las melodías y las texturas. Cuando cocina o hace gelatina para el postre tararea los temas, tiene uno preferido, según ella European Movie le salvó la vida, “me hipnotizó, no podía dejar de escucharla”, me confesó unos días después de su alta.

      Le pregunto si me ama, pero “está dormida, o finge que duerme”, Solari inspirado es infalible.

viernes, 20 de mayo de 2016

Silencio

Silencio
que no puedo oír
a las almas que flotan
en mi sien
y me dicen susurrando
que la agonía se acaba.
Silencio
que las aves se espantan.
Silencio
que los amantes necesitan
concentrarse.
Silencio
que hay gente ciega.
Silencio
que el perro ladra.
Silencio.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Partido y Pezones

Compartimos un adelanto de nuestro libro debut, Los Descocados.

Estoy sentado en una mesa redonda rodeado de gentes raras, creo que somos trece. El de Pelo Largo está creído que salva; el de Chiva dice que condena; los que quedan miran, embobados, la televisión haciendo un furioso y poco productivo zapping entre el partido del Pachuca y el toples de Pampita.
-Yo salvo.
-Yo condeno.
-Entonces somos enemigos.
-Eso creo…
-¡¡Silencio!! ¡¡Hay gol del Pachuca!! – lo que faltaba, abajo dos a uno contra un desconocido equipo de Arabia, o eso creo.
Pampita que ya se quitó el corpiño, pero la muy cabrona tapa sus senos y pezones con las manos.
 ¿Qué sentido tiene? ¿Cuál es el macabro plan que la hace ilusionarnos? Le pregunto al de Pelo Largo, él es entre nosotros el Sabelotodo.
-¿Qué sentido tiene?
-El sentido es provocar.
-Tiene sentido.
El de Chiva por su parte tiene poco trabajo por estos días, ha dejado de ser el más malo del mundo, y su capacidad para concretar milagros nunca fue muy buena que digamos. Nada de hacer volar, nada de enamorar gente, solo a duras penas, de vez en cuando, conseguía hacer millonario a alguien, y si andaba de buen humor obsequiaba sexo a mansalva con muchas mujeres relativamente hermosas; pero nada de enamorar gente.
-El amor es para maricones – refunfuñaba mientras negaba conceder ese tipo de deseos.
-Poné a ver cómo va el Pachuca – el Adicto, al parecer, había apostado por los mexicanos, que seguían perdiendo. ¿Hasta cuándo esta racha negativa? Le pregunta al de Chiva, Sabelotodo cuando le conviene.
-¿Hasta cuándo esta racha negativa?
-Con una firmita acá y otra por acá, te puedo asegurar la victoria de tu equipo – el de Chiva para los milagros frívolos es mandado a hacer – O de no ser posible la victoria, al menos aseguro un empate sobre la hora, de esos que se festejan más que una victoria.
-Mi alma por una victoria deportiva… mmm… ajam… bueno, firmo.
Lo que el Adicto no sabe es lo que acaba de hacer.
¿Y Pampita? Menea las caderas como ninguna, mueve sus nalgas que cotizan en bolsa, (¡¡Como sacude el culo!!) pero sus manos siguen tapando la parte más interesante. ¿Es un striptease? ¿Nadie le va a quitar la bombacha roja? Ya nadie mira el partido a pesar de la apuesta del Adicto, su alma poco nos importa. El de Pelo Largo reza como nunca rezó.
-Dios, oh todopoderoso, desintegra esa prenda roja.
Dios, milagroso cuando le conviene, no escucha las plegarias, ni mueve.
(¿Qué esperaban?)
-Con una firmita por acá y otra por acá, la Pampa queda en pelotas.
-¡¡GOOOL!!  - el Adicto grita el empate.
-Bueno, firmo, todo sea por la belleza – el de Pelo Largo cayó en la trampa nuevamente, y van… el de Chiva ríe y chasquea sus dedos.
Pampita levanta sus manos y dejando al descubierto  eso por lo que hemos esperado toda la noche, ¿es de noche?, pone cara de gato a la vez que su bombacha roja se desintegra.  El de Chiva, humilde, no se agranda por la magia que acaba de cometer. Todos festejan. Ella está cuidadosamente depilada, ni que lo hubiese planeado, la mina más bella del mundo está desnuda y desfila para que todos la vean.
Pico de rating.
¡¡Pampita está en bolas!!

Y yo, rodeado de toda esta gente rara, no puedo dejar de mirarla.

Seguinos en Ediciones RELAX.

lunes, 16 de mayo de 2016

Una Película Europea - Capítulo II

Tengo insomnio.
Siempre tengo insomnio.
No debe existir lugar más incómodo para sufrir de insomnio que la sala de espera de una clínica. Es allí una especie de limbo. No se puede dormir pero tampoco se está del todo despierto. Por momentos ocurren milagros y se cree estar en el cielo, otras ocurren tragedias y nos sentimos en el infierno. La sala de espera en una clínica u hospital es como tirar una moneda al aire y esperar, rezarle a la dicha, al azar, cara vives, cruz mueres. Pienso que “todavía no usé mi milagro de hoy”, me prometo a mí mismo, a sabiendas de la gran mentira que estoy cometiendo, que si Ángela sale ilesa de todo esto comenzaré a cuidarla mejor.
Dolores es la encargada de hablar con los doctores y las enfermeras. Ella es en realidad la encargada de todo. Yo estoy con sueño, o prefiero decir eso a reconocer que estoy en estado de shock, la situación me superó, me pasó por encima y no tengo idea de cómo reaccionar. Su madre llora y me insulta. Sus amigas me golpearon, claro que son mujeres y no llegaron a dañarme. Escucho términos como lavado de estómago, respirador artificial, milagro. No entiendo mucho. No comprendo nada. Por primera vez existe la posibilidad concreta de que la joda se termine. Dolores se me acerca, se sienta a mi lado, me toma con ambas manos y me dice con la voz más dulce y suave del mundo que “ya está, no pasó nada, se va a poner bien”, aun así yo no reacciono. Hay golpes difíciles de asimilar, “y si Dios queda en nada o no existe te amaré mucho más”, le sonrío y respiro profundo.
Entre ellas dos se odian. O al menos es lo que dicen en público, y lo demuestran insultándose, ignorándose, hasta se pelean de manera física con empujones y tirones de pelo. Todos nos conocemos desde hace mucho tiempo. Formamos parte de un clan artístico desde el cual se realizan revistas, libros, documentales, teatro, fotografías, cuadros. En determinado momento Ángela se peleó con Victoria y se alejó del grupo, pero no de mí. Alejarse de Victoria implica, tácitamente, alejarse del resto. Vicky es la líder, al menos para el público, y es quien pone la firma final para los proyectos. Es un Cesar que sube o baja el pulgar. Claro que la última palabra es de ella, pero a nivel artístico es la que menos ha aportado. Pero ahora, viendo la situación, parecen no odiarse demasiado. Se convierten en hermanos en desgracia.
Dolores me muestra su celular con un mensaje de Vicky, donde pregunta cómo está Ángela, que la mantenga al tanto de todo, que va a rezar por ella y que cualquier cosa le avisemos. En el fondo se quieren. O quedó algo de amor. Vicky también pregunta por mí, quiere saber como estoy y me manda un beso. Se me humedecen los ojos y Dolores me abraza.
-Encima tengo que declarar ante el juez – digo y causo la risa de mi amiga.
Dos días después Ángela es dada de alta. Salió caminando por la puerta grande. Con la ayuda de un doctor porque se sentía muy débil. Se resistió hasta el final a ser trasladada en silla de ruedas. Estaba en silencio y cuando intentó hablar su voz sonó rara, me explicaron que unos días le costaría y hasta le dolería hablar porque debieron usar muchos tubos, pero que no es nada grave. A ella parece no importarle, “si fuese cantante les haría juicio, pero ni eso”, dice con esfuerzo. Los doctores ya tranquilos y en esa confianza que genera el hecho de saber que todo está bien afirman que “no entendemos cómo no se murió”, me preguntan qué fue lo que hice para mantenerla despierta.
-Le hice escuchar una canción – respondo.
Mientras nos subimos al auto veo que algunos chicos nos toman fotografías intentando ser disimulados. No lo consiguen. No puedo creer que nos molesten en ese momento. Les obsequio a la distancia un Fuck You que no tardaría en viralizarse en la web. Veo venir artículos y notas amarillistas. Veo venir diversas teorías sobre lo sucedido desde el mundillo del cyber espacio, ese lugar hermoso y anónimo donde uno puede decir barbaridades sin vergüenza ni culpa. En ese espacio, en realidad, uno puede ser tal cual es, no necesita mentir, desde allí se pueden hacer comentarios racistas, sexistas, machistas, y todo sin el riesgo de ser denunciado. Una parte de mí no ve la hora de encender el ordenador para leer esas fábulas, algunas son extremadamente creativas, y no se tardan en crear historias de conspiración, venta de almas, rituales paganos. En la Internet soy todo lo que se imaginan, desde puto hasta satánico.
Esta vez fueron teorías simples, el público no se sentiría inspirado, me decepcionaron, porque fueron a lo seguro, que Ángela estaba embarazada y acababa de abortar, que había intentado suicidarse, chequeo de rutina, inseminación artificial, que quería agrandarse las tetas. Pero hubo una teoría que me llamó la atención. Desde las distintas redes sociales de la banda un usuario con el pseudónimo ArielitoStone89 escribió lo siguiente.
“Mi tío fue el camillero que la fue a buscar, escuchó que los doctores decían que se iba a morir en el camino, que estaba re pasada de merca mal, hasta la hicieron esperar un poco en la guardia porque sabían que no tenía chances de vivir, pero vivió. Y no vivió gracias a la ciencia ni los doctores ni nada de eso. Ella iba escuchando una canción, no se separó de la música ni un minuto. Dicen que es una canción nueva de Los Educadores que va a estar en el próximo disco. Tiene magia. Creer o reventar”.
Algunos fans se emocionaron y hablaron maravillas. Otros detractores nos re putearon. Algunos pedían enlace para descargar el tema. Otro sencillamente contó una historia similar que aparentemente le había pasado a una de sus primas y que la misma canción la había ayudado a sobrevivir. Raro, porque la canción solo la tenía yo.
-¿Qué te pareció la canción nueva? – le pregunté a Ángela que bebía un té caliente desde la cama mientras miraba una película de Toy Story. Respondió cerrando su puño y levantando su pulgar dándole su aprobación.

En la web ya se hablaba de disco nuevo, muchos pedían nueva fecha, nos pedían que visitemos sus ciudades, y si bien no estaba en nuestros planes hacerlo, al día siguiente mostré a la banda algunos demos para comenzar con los ensayos para la grabación del tercer disco de Los Educadores.

sábado, 14 de mayo de 2016

Los Descocados

Los Descocados es un libro que reúne relatos surrealistas con poemas del mismo estilo, girando en torno a personajes entrañables y de fácil acceso, generando una empatía inmediata. En el fondo estos personajes nos dejan resonando en el aire un pregunta simple pero de difusa respuesta: ¿Es la frivolidad todo aquello que necesitamos para ser felices?
Pronto un adelanto.


Tapa Oficial.

jueves, 12 de mayo de 2016

Un Poema

Un buen poema necesita un alma desnuda
y algo de suerte
necesita del azar, la Luna y el misterio.
Un poema requiere de un alma dolida
o un corazón roto
o un viejo rencor
sed de venganza o una ambición desmedida
ansias de ser amado
correspondido u odiado.
Un buen poema requiere por sobre todas las cosas
un conjunto de planetas alineados
fiebre
delirio y locura
pasión
obstinada redención
verdad y metáfora
una dosis de mentira
una efímera esperanza
y un caudal de resignación que no permita objeciones.
Necesita de un amor
preferentemente imposible
platónico al menos
una pizca de lujuria y sensualidad.
Necesita de la terca y abandónica inspiración.
Un poema necesita
irremediablemente
a un poeta que lo libere.

lunes, 9 de mayo de 2016

Una Película Europea - Capítulo I

Tengo insomnio.
Siempre tengo insomnio.
No recuerdo cuando fue la última vez que dormí bien. Me refiero, no tengo noción de haber vivido diez días de sueño normal en toda mi vida. Levantarme temprano, hacer alguna actividad, alguna recreación social, para luego acostarme después de la cena y dormir tranquilo. ¿Por qué no puedo dormir? ¿Por qué me cuesta tanto? Ya de niño recordaba por las noches los dibujos animados que veía durante el día, los reconstruía mentalmente, inclusive agregándole cosas. Me gustaba tomar en primera persona el papel del personaje y vivir la historia en mi cabeza, reformando el guión. De adolescente pensaba en mis profesoras, compañeras, famosas, etc. Más de adulto me dediqué a escribir mentalmente enormes novelas y poemas que generalmente se perdían por no tomarme el trabajo de levantarme a escribirlos. Ahora lo que me quita el sueño son las melodías. Bueno, y las pesadillas recurrentes, el agua y el Diablo invaden con frecuencia mis placenteros sueños, y es allí donde aparecen las películas independientes o europeas para acompañarme en el desvelo. Algunas son tan bonitas que asustan. Nadie retrata los trastornos de las relaciones humanas como las películas europeas. Nadie relata los pormenores de la soledad como ellos. Son, depende cómo se las mire y como nos encuentre parados en ese momento, películas peligrosas.
El insomnio nos hace hacer cosas raras, como por ejemplo leer a Bukowski desde un celular. Lo cito, “¿Por qué bebo alcohol? Porque ninguna buena historia comienza con un estaba yo comiéndome una ensalada”. Brillante. Al menos para alguien con insomnio esa reflexión es brillante. Más cuando además del insomnio uno está rodeado de botellas de alcohol vacías. Uno busca siempre la excusa que justifique sus acciones. Si Bukowski dice lo que queremos escuchar lo amaremos. A él o a quien corresponda. Somos demagogos por naturaleza.
Ángela sale del baño pálida y con ojeras. Moquea. Se la ve frágil. Me dice que no se siente bien y que tiene miedo. Se sienta en el borde de la cama, abre el cajón de su mesita de luz y saca de allí uno de esos espejos redondos con tapita, es de color rosa, y tiene un stiker con forma de corazón. Luego busca un billete de cien pesos, según ella son los mejores porque son los más nuevos. Lo enrolla formando un tubo. Levanta la tapa de su espejito y allí está el polvo mágico esperándola. Respira profundo a través del billete. Tira la nuca hacia atrás, como si estuviese por ponerse gotas en los ojos. Abre la boca y chasquea la lengua. Me dice que el sabor en su garganta es horrible, que deberían hacerla más dulce y de distintos gustos. Respira profundo otra vez tapándose primero uno de los orificios nasales y luego el otro.
-Vomité sangre boludo – dice – No puedo bajar…
Me pregunto cuánto tiempo más podremos vivir así.
Ella me dice que tiene frío. Se acuesta, se hace una bolita y me pide que la tape con una frazada. Tengo un negativo pensamiento. Se me ocurre imaginar que quizás se duerma y ya no se despierte. Imagino los medios de comunicación. Me acusarían de asesinato. Sus amigos y familiares me dirían que le arruiné la vida. Ya me han acusado de eso antes y con creces, con argumentos muy válidos.
Una noche (de insomnio claro) hace unos varios años luego de una discusión con Ángela decidimos separarnos. En realidad ella me dejó, pero si me preguntan digo que fue de mutuo acuerdo y en buenos términos. Yo, despechado, loco, y en pleno auge del fotolog subí una foto suya a mi cuenta, que por esos días era muy visitada, popular y de controversia, el último rincón de la transgresión decían los seguidores. Siempre fui una celebridad, al menos, desde lo virtual.
¿El problema de todo esto? Se trataba de una foto íntima. Ángela vestía una camiseta de su glorioso River Plate, con la 10 en la espalada del Burrito Ortega. En la parte de debajo de su cuerpo una pequeña bombacha roja era más un adorno que una vestimenta. Su posición en la cama, posando para la cámara de mi celular, el popular perrito. Ella estaba en cuatro patas para mí. No tuve mejor idea que subir a la web esa foto.
Aquí surgen al menos cuatro problemas. Violé varias leyes (y algunos mandamientos) en un solo y simple clic.
1)      Violación de la privacidad de la minita.
2)      La minita era menor.
3)      El padre de la minita era policía.
4)      La minita entró en crisis y se escapó a Entre Ríos.
De hijo de puta para arriba me dijeron de todo. Su familia me hubiese matado de haber podido hacerlo. La foto de Ángela copó primero los diarios locales para luego llegar a los medios nacionales. Ella se fue sin avisar. Se escapó. Se fue. Lejos de todo. La encontraron después de casi seis meses, cuando ya no era noticia. Había conseguido trabajo como camarera y vivía con un hombre mayor, con quien yo supongo aprendió varias de las cosas que luego llevó a cabo conmigo, cuando le pregunto sobre el tema se ofende y no responde. En el momento en el que apareció se generó otro escándalo de dimensiones épicas. Acusaron a ese hombre de trata de personas, cayó él, unos amigos, la dueña de un kiosco y varios policías supuestos cómplices. Ella dijo que estaba con él por voluntad propia, pero la justicia no le creyó, además necesitaban mostrar algo de contundencia, y si de algo sabe Argentina es de “perejiles” legales. A veces pienso que al pobre tipo se lo deben estar garchando en la cárcel, y todo porque yo subí una foto. Es extraño como se desencadenan algunos acontecimientos.
Cuando Ángela regresó me buscó, y por supuesto, me encontró con cierta facilidad, no soy un tipo difícil. Tuvimos una reconciliación por demás intensa. No le dije nada pero supe que durante su exilió había aprendido algunas cosillas nuevas. Luego abrazados tuvo una apertura emocional como pocas veces.
-No me molestó que subieras la foto – susurró – No me importa que el mundo me haya visto el culo. Me molestó que esa foto era para vos, yo confíe en vos y vos rompiste esa confianza.
Pocas veces me sentí una basura como luego de oír esa confesión.
Ahora está acostada. Luchando prácticamente por respirar. Tiene miedo, me lo dice. Tiembla. No sería descabellado pensar en un coma etílico, o peor, un fallo respiratorio, o una sobredosis. Me dice con la voz quebrada y moqueando que “esta vez me fui al carajo”, y siento sus dientes morder con fuerza.
Pienso que todo se va a solucionar por arte de magia y me recuesto a leer el diario. Es de hace unos días. Las noticias son viejas, pero fuimos noticia, mala, pero noticia al fin. En la nota dicen que a Los Educadores se les prohíbe volver a tocar en la provincia de Córdoba, y que su líder (o sea yo) debería ir a declarar ante un juez federal por incentivar el uso de drogas. Ocurre que durante el show teníamos una escenografía montada, se trataba de un tipo disfrazado de pastilla, quien salía a escena y desde una jeringa gigante arrojaba agua de color al público. Un fiscal no comprendió el chiste, actuó de oficio y me denunció. ¿Cómo puedo dormir con todo eso en mi mente?
Ángela tiembla más de la cuenta y le pregunto si está bien.
Ella se sienta. Apoya su espalda en el respaldo de la cama. Lleva sus manos a los ojos y se limpia las lágrimas. Está llorando. Hace pucherito. Su quijada no puede quedarse quieta. Se pone de pie y busca en el suelo sus ropas. Aprovecho para tocarla. Está fría. Muy fría. Ella me corre la mano de un cachetazo y me dice que no. No quiere que la toque. Camina con dificultad hacia la silla donde quedó colgada la remera que arrojó desde la cama unas horas antes. Tiene la sobriedad de darla vuelta para que la costura quede del lado interior, busca la etiqueta y se viste. Se mira al espejo y rompe en llanto.
Me incorporo de un salto, la abrazo. Tiembla. Tiembla mucho. Su pecho apoyado contra el mío delata su taquicardia. Sus labios no tienen color. La tomo por las manos para tratar de tranquilizarla. Sus dedos parecen hielos largos. Habla pero no comprendo lo que dice. Acerco mi cara a la suya para intentar comprenderla.
-Llamá a un doctor – dice – Llamá a un doctor que me muero.
No sé cómo manejar una emergencia semejante. No llamo a un doctor. Llamo a Dolores. No sé qué hora es pero no importa. Ella me atiende dormida luego de varios tonos. Le cuento lo acontecido. Como por arte de magia se despierta y me pide que haga todo lo posible para que Ángela no se duerma, que me calme que todo iba a salir bien y que ella se encarga de comunicarse con el doctor y que “ya voy para allá”, una genia. Una verdadera amiga.
Tengo que mantener a Ángela despierta, pero cómo. Solo se me ocurre ponerle los auriculares, los míos, los personales, esos que utilizo tanto para tocar en vivo como para componer en la computadora los demos y maquetas de las nuevas canciones. Son unos especiales que vienen directamente para escuchar música desde allí, tienen memoria interna. En dicha memoria solo hay una canción, el demo de mi última composición en modo “repetición” durante casi 8 GB.
Cuando Dolores, al cabo de una larga hora, llegó junto con una ambulancia, Ángela estaba recostada con los ojos abiertos como un dos de oro, mercando el ritmo lento del tema con su cabeza, y tocando la batería en el aire. El doctor no necesitó más que mirarle las pupilas con su linterna para afirmar que “esta chica tiene una sobredosis”, ingresaron también dos enfermeros que la subieron a una camilla para trasladarla de urgencia a la clínica.
Le quitaron los auriculares y se los entregaron a Dolores. El volumen estaba tan fuerte que se podía oír la canción en el ambiente.
-¿Qué es esto? – me preguntó mientras se los calzaba para escuchar mejor, y luego le devolvió los auriculares a Ángela.

-European Movie – respondí – Una canción nueva.

lunes, 2 de mayo de 2016

Los Cuatro Elefantes - Capítulo III

Tengo insomnio.
Siempre tengo insomnio.
Soy el insomnio con piernas. Soy el insomnio de Jack, solo para entendidos. Hay momentos en los cuales, como diría Andrés Calamaro, “no sé si estoy despierto o tengo los ojos abiertos”, simplemente estoy, pero estar no significa ser. En español existe el verbo “ser” y “estar”, en otros idiomas esos dos verbos se escriben igual, lo que es un absurdo, repito, estar no significa ser.
Llegué a probar sonido con sueño y resaca. Tuve que soportar una pelea entre Ángela y Dolores, gambetear a la gente que me esperaba en la puerta del hotel, salir por una puerta trasera y putear a los periodistas. Cuando llego veo que Braian Bauer le da lecciones de bajo a Ton.
-Eso es el Do – le decía – Entonces tocás cuatro veces ahí y pasás a La, que es acá – le señala con el dedo – Otras cuatro veces ahí.
Es buenísimo. Genial. El guitarrista le está enseñando a tocar el bajo al bajista de la banda unas horas antes del show. Supongo que habré hecho alguna mueca de fastidio, porque Dolores me recordó que había sido yo quien escogió a los miembros de la banda, y es verdad. Prefiero tocar con amigos. Ton es el encargado de hacer el arte de los discos. Ya vamos editando dos, Push Rush y Disorder. Él es artista plástico y no tiene ni idea de cómo tocar el bajo. En el estudio de grabación puede disimular su falta total de conocimiento, porque puede tocar por partes y luego mezclar. Pero no hoy, hoy es en vivo.
Veo que Braian desenchufa varias pedaleras, las levanta y las mira con rostro extraño, le dice a uno de los sonidistas que “no tengo idea como se usan”, solo necesita, según él, la distorsión y algo de eco.
Dolores está tensa. Nadie que haya mantenido una discusión con alguien permanece tranquilo de inmediato.
-Nos tenemos que ir por atrás – me dijo ella en el hotel y trató de acompañarme empujándome por la espalda.
Ángela caminó veloz unos metros, se puso a mi lado y tomó mi mano.
-No – dijo Dolores – Vos no podés venir.
-Pero que no voy a ir nena, soy la novia.
-¡¡Vos no venís y punto flaca, no venís!!
Se insultaron. Se empujaron. Hubo tirones de pelo. Trapitos al sol y todas esas cosas hermosas que se suceden en una pelea de ex amigas. De no ser por mi insomnio la habría disfrutado. Finalmente Ángela debió quedarse en el hotel. Uno a uno.
-Resulta que ahora la pelotudita esa es tu novia – atacó Dolores con ironía en el taxi – Que bárbaro… - refunfuñó – Cuando le conviene es tu novia.
Yo me encogí de hombros. Es raro como a veces las mujeres utilizan diminutivos para referirse a otras mujeres.
-No sé qué te hará – continuó remarcando la palabra “hará” – Que la defendés tanto.
-Yo no la defiendo.
-Pero te ponés de su lado.
-Bueno, ya está, dejala…
Dolores toca la betería en la banda. Fue ella quien se ofreció porque no quería dejarme solo arriba del escenario por diversos motivos. Claro está que en su vida había tocado una batería.
En el lugar del show nos esperaban algunos fans y varios periodistas, pero Dolores, vestida ahora de representante, se los quitó de encima con un concreto “sin fotos chicos, sin fotos”.
Me acerco a Bauer para preguntarle cómo va todo, me dice que el retorno es malísimo, que la policía quiere suspender el recital y que se gastó el agua mineral en varias manzanas a la redonda.
-Vos pensá – me dijo – Él no sabe tocar el bajo, Lole no sabe tocar la batería, yo no sé usar las pedaleras, y vos venís de salir de ataques de pánico, ¿qué puede ser peor?
A veces el consuelo desconsuela.
Probar el sonido no me dio muchos ánimos, para mis adentros yo pensaba que “esto va a salir como el mismísimo ojete”, no teníamos chances que saliera bien. Exploté. Al fin y al cabo soy el líder, soy el compositor y el proyecto lleva mi nombre.
-Paramos, paramos – di la orden levantando la mano derecha - ¿Me explican cómo vamos a hacer música electrónica sin pedaleras y sin bajista?
Cuando uno hace una pregunta a un grupo de personas, y estos se rascan la cabeza, solo significa una cosa: la perdición absoluta. Lisa y llanamente estábamos perdidos.
-En los ensayos suena bien – intentó una defensa Dolores, que al ver mi repentino gesto de liderazgo habló hasta con cierta timidez.
-Esto suena como el orto – dije y di vuelta el teclado que golpeó contra un parlante – Somos una banda de mierda.
Me fui al camarín enojado sin voltear mientras escuchaba que la banda hablaba en voz baja e intercambiaban culpas. Una vez allí me miré al espejo, ¿ese soy yo?, le tengo miedo a los espejos, así que lo tapé con una frazada. Intenté llamar por teléfono a Ángela pero no me respondió. Es rencorosa. Me recuesto haciendo malabares en un sillón de un cuerpo y me duermo.
El sueño, lejos de ser placentero, fue una extraña pesadilla. Yo era un simple niño escondido en el asiento trasero de un auto. El vehículo estaba en el estacionamiento de algún supermercado de los Estados Unidos, no había prácticamente gente, yo no podía ver y comprobar eso, pero en los sueños hay cosas que se saben igual. Miro el espejo retrovisor desde donde colgaban dos dados grandes de peluche, adorno de algún casino, uno con el número cinco y el otro con el dos. Llevo mi vista hacia la izquierda y veo a un hombre con gafas oscuras. Vuelvo mi vista al espejo y noto que el hombre se ríe. Su risa se convierte en carcajada. La carcajada empieza a distorsionarse y todo es una inmensa bola de sonidos. Siento que afuera hay fuego. Yo grito desde el asiento de atrás. Sé que estoy, una vez más, frente al Diablo, el maldito se me aparece en los sueños.
Alguien golpea la puerta. Ese pequeño milagro ha vuelto a ocurrir. Despierto. Trastabillé por el mareo y tardé unos segundos en recordar donde estaba. Aún estaba entre dormido y no me hubiese sorprendido que del otro lado de la puerta se encontrara algún demonio. Dolores me dice que ya es la hora, que la gente está esperando.
No recuerdo haber sentido en la vida más sueño que en ese momento. Pero tenía que salir a tocar. Me puse mis gafas redondas, la gorra de jean con visera y los auriculares. En el pasillo estaba Braian y Ton esperando. Me sentí el capitán del equipo y tuve esa necesidad de unir a todos para decir unas palabras.
-Vos bombo en negra – le recomendé a Dolores haciendo un gesto con mi mano – Si ves que se te complica – me dirigí a Ton – Bajás el volumen y listo, no pasa nada. Vos tratá de no colgar – Bauer tiene tendencia a no poder regresar de los solos de guitarra.
Del resto me encargaría yo, pensé. También se me vino a la cabeza la frase de Duhalde y su “que sea lo que Dios quiera”, y me tranquilicé un poco.
La explosión se hizo presente. La gente gritó como loca. La sirena que anuncia las catástrofes envolvió el ambiente. La gente enloqueció. Dolores comenzó a marcar el bombo en negra y sentí por primera vez el coro de la gente y su “ey, ey, ey, ey”, observo a mi amiga, con los brazos en alto golpeaba los palillos al ritmo del bombo, arengando al público, me pregunto de dónde habrá sacado esa “cancha” si era la primera vez que tocaba frente a alguien. Se me puso la piel de gallina. Esto ya no puede detenerse. Nunca se para a tiempo. Braian largó con su arpegio en Do Menor justo a tiempo para que el platillo y el bajo se unieran a la banda. Estiré mi cabeza para ver, todavía no era mi turno, la gente saltaba y se molestaban entre sí para tratar de llegar delante de todo, contra la valla de seguridad. La segunda explosión me dio el pie que necesitaba. Salí a escena y sentí los gritos. Hice los cuernitos con mi mano izquierda y la levanté. La gente deliró. Me senté detrás del teclado y toqué mi parte, y cuando sentí que algo iba mal porque no sonaba mi instrumento me di cuenta que en realidad el coro de la gente estaba tapando el retorno de mis auriculares. La melodía de la canción era coreada por la multitud, el “oh, oh, oh”, dos simples notas, estaban obsequiando alegría a la gente, y yo, lejos de sentirme bien, sentí una profunda tristeza.
Al terminar la primera vuelta de la canción la gente se contuvo un poco y pude oír algo de cómo estábamos sonando. Y lo supe. En vivo estamos lejos de ser una banda de música electrónica. En vivo hacemos rock instrumental. En vivo somos crudos y desparejos. En vivo somos cuatro elefantes pendiendo de un hilo. En vivo corremos ese riesgo plagado de adrenalina de irnos al carajo en cualquier momento. En vivo puede pasar cualquier cosa. Me gusta. Somos los Sex Pistols con un poco más de ensayo.
Dolores golpeaba con fuerza el bombo y cada tanto hacía algún rulo en sus redoblantes, no metió un platillo a tiempo en toda la noche, salvo el primero, pero quedaba bien, me diría más adelante que piensa en la gente que no quiere y se descarga con los platillos, dándole con fuerza. Braian directamente zapó durante todo el show. Ton no bajó el volumen de su instrumento, pura actitud, a veces pifiaba claro, pero jamás se detuvo. El público inventó cantos de tribuna futbolera con mi nombre, insultó a Pappo y a la policía y pidió que entreguemos a Lole, como se la conoce artísticamente a Dolores. Ella respondió tirando besitos al aire desde su asiento.
Whisky es una canción que cierra el primer disco. Fue grabada técnicamente en vivo en un bar del sur durante mi exilio. El piano estaba desafinado, había poca gente y todos estábamos ebrios. Yo comencé a tocar una melodía que se repetía hasta la eternidad, Dolores, que andaba por esos pagos junto con los demás (incluida Victoria) tratando de rescatarme de las manos del Zoloft, grabó con su celular la secuencia; luego en el estudio se limpió el sonido, se le agregaron unos efectos, y quedó una bonita coda en fade out, que es cuando la canción baja su volumen de a poco hasta desaparecer.
Con Whisky cerramos el show, claro que la versión en vivo fue tocada por toda la banda, para que se retiraran de a uno bajo una lluvia de aplausos, hasta que finalmente solo quedó el teclado y yo, con esa hipnótica melodía. Programé el loop (que es cuando se repite automáticamente la parte de una canción) y activé el fade out, me puse de pie y saludé con ambas manos a la vez que las luces del local se encendieron. La gente, un poco cansada y otro poco satisfecha, aplaudió. Me fui.
En el pasillo los chicos festejaban. A Dolores se la veía feliz, a Ton le dolían los dedos por las gordas cuerdas del bajo, Braian estaba como si nada hubiese pasado. Les pido perdón por mi reacción en la prueba de sonido. Me dicen que no pasa nada.
Nos juntamos en el camarín a beber agua sin saber que estábamos ante el nacimiento de un mito, el camarín de Los Educadores. Luego salimos a la calle cuando ya casi no quedaba nadie. La gente se había retirado casi en su totalidad y el periodismo se cansó de esperarnos. Nos tomamos algunas fotos y firmamos algunos discos. Charlamos un poco con el público. Ton consiguió que una chica se ofreciera para posar desnuda para sus cuadros, gratis. Él no podía creerlo, hasta ese entonces debía pagarle a modelos o prostitutas para conseguir eso. Braian se perdió en el horizonte de la avenida abrazado a la cintura de dos gemelas dark, y Dolores me dijo un pícaro “me voy a tomar algo con ella”, señalando a una mujer que la esperaba en su auto.
Todos ganaron. Canto mentalmente una canción de Fontanet, “hay tantas chicas cantando y para el cantante siempre, siempre dejan tan poco”, sonrío, “no dejan ni un poco”.
No necesito ninguna groupie. Ángela ya debe estar alcoholizada esperando por mí en el hotel. Lista para ser el menú del caníbal que hay en mí. Ángela sería la entrada, el plato principal, el postre y la frutilla del postre.
Ingreso al hotel. Desde la recepción me llaman. Está el sereno y dos camareras que terminaron tarde de limpiar el comedor. Pienso, dentro de mi ego, que es para felicitarme, para pedirme alguna foto, e inclusive, para ofrecerse, pero no. El señor me da la tarjeta para abrir la puerta de la habitación y me dice que “le dejaron esto”, era un papel.
Lo abro. Leo un texto de Ángela escrito de su propio puño, “me fui a la mierda”, rayos.
-Bien – digo y hago una pausa - ¿Dijo algo más la señorita?
-Sí, que es usted un pelotudo.
-Perfecto, gracias – sonrío y subo a mi cuarto.
La canilla del baño de la habitación sigue abierta. La botella de whisky en su lugar. La cama destendida. Hay olor a ella, pero ella ya no está. Me recuesto con una extraña sensación de angustia, de vacío, “del éxtasis a la agonía”, dice Cordera. La extraño. Me acostumbré a estar con ella. Una vez durante una pelea ella me dijo que por qué no me buscaba a otra y listo si tanto me molestaban sus actitudes, yo le respondí que mejor no, porque conocer a alguien nuevo es todo un tema, eso de crear nuevos vínculos lleva tiempo, esfuerzo, dedicación, hay que abrirse, contar miedos, infancias, sueños, no tenía ganas de comenzar una nueva relación con otra persona. Iba a quedarme con Ángela, estaba claro, ya era mucho el tiempo invertido en ella como para andar cambiando. Pero Ángela no está. Sé que su enojo durará unos días, que volverá a hablarme de a poco, que los primeros días no me dejará besarla ni tocarla, que responderá a mis comentarios con cortantes monosílabos, pero que todo culminaría siendo como antes. Mi consuelo es que siempre volvemos, somos “piedras rodantes” que se interponen en el camino del otro para hacerlo tropezar una y otra vez. Pero ahora estoy solo. La extraño. Siento un vacío interior inmenso. Esta debe ser la soledad de los creadores.

Sé que no voy a poder dormir.