Tengo insomnio.
Siempre
tengo insomnio.
En San
Luis hace calor, el calor genera sueño, pero yo no puedo dormir. En la sala del
hotel algunos turistas ocasionales me reconocen. No por mis virtudes y
aptitudes musicales, supongo que habrán visto las noticias de nuestro show de
Córdoba y todo el circo mediático que se montó en torno a eso, luego habrán
visto y leído sobre la internación de Ángela y mis fotos insultando a los
periodistas, mi cara, de a poco, comienza a ser conocida para el público común.
Me alegra andar por la vida con gafas y gorra, esos adornos de la moda cumplen
el papel de traje de súper héroe, sin ellos no puedo salir a la calle porque me
siento inseguro, con pánico. Pero últimamente disfrazado de esa forma las
personas ya me reconocen, así que de a poco voy tomando coraje de salir sin
ellos, y sin disfraz soy uno más. No hay mal que por bien no venga, dicen.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMPYklgCWw3U2ju3tKypROtFYTbckF9_0Tb-o1cvmZ6rfEyXvi2v-YV0qjdXUU7JRVpUEBYosBDgM3VaUdkAHYlvgFTaQ9sgl1PPll3mgdBFNLk7vwZv9cUS1yUF6h1bIRy6rNRv_2mg/s320/pintura+pareja.jpg)
Un chico
sobreviviente del fotolog pasa caminando
por la vereda. Mira hacia adentro del hotel y allí estoy yo. Supongo que
me reconoce. Camina más lento, como para verme por más tiempo y verificar si
soy yo o no. Luego regresa sobre sus pasos, cada vez más lento y me mira.
Levanto mi pulgar y veo su cara de asombro. Acelera su marcha y un par de
minutos después está parado frente a la vidriera con una chica vestida con una
remera negra con letras blancas que dice en tipografía rústica “The Educators”.
La chica se tapa la boca y con torpeza busca algo en su bolso. Saca una vieja
cámara digital y la señala con el dedo para luego señalarse a ella misma. Le
hago señas que entre. En la puerta de entrada la seguridad no le permite el
ingreso.
-Están
conmigo, está bien – digo con la voz elevada desde el sillón.
Los
chicos me preguntan con timidez como estoy, aseguran que les gusta el disco
nuevo. Me piden si podemos hacer una foto. Me incorporo y ella se acerca, amaga
a abrazarme pero se detiene.
-¿Te
puedo abrazar? – pregunta.
La
traigo hacia mí desde la cintura mientras su amigo saca la foto. Luego hacemos
lo mismo pero es ella quien me fotografía abrazado al chico. Mientras él me
dice que viajaron desde muy lejos ella revisa las fotos, dice con cierta
amargura que “ay, la mía salió mal”, parece que está por llorar, le digo que no
importa que hacemos otra y listo, que no es nada grave.
-Boludo,
¿no sabés sacar una foto? – se enfada ella con su amigo al ver que la segunda
imagen también salió movida.
No
permite que saque una tercera. Le quita la cámara con desprecio y busca a
alguien en la sala para pedirle “si por favor, no me sacás una foto”. Lo miro
al chico y le hago un gesto cómplice, como diciéndole “que mina hincha
pelotas”, él se sonríe y se encoje de hombros y rasca su cabeza.
Dolores
gesticula cada vez más y escucho que eleva la voz en determinadas palabras,
“no, imposible, es una locura, se van a hacer cargo ustedes”, me pregunto qué
estaría pasando.
-Bueno,
¿decimos whisky? – digo nuevamente abrazado a la chica mientras una señora está
a punto de tomarnos la foto, y los dos chicos comienzan a tararear la canción,
claro, me había olvidado que tenemos una canción que se titula Whisky. La
seguridad y el conserje los miran mal y se callan. Ahora el que se rasca la
cabeza soy yo.
-¿Te
puedo dar un beso? – me pregunta la chica.
Le digo
que sí, iluso, inocente, y no tuve tiempo de frenarla en su embestida. Sus
labios se pegan a los míos. Yo abro los ojos con asombro pero instintivamente
la sujeto de las caderas. Su lengua escarba mi boca, acaricia la mía. Pienso
que si Ángela llegara a ver eso nos echarían a todos del hotel. En un segundo
de lucidez trato de empujarla sutilmente hacia atrás, pero ella me tiene
agarrado por la nuca. Finalmente consigo escapar. Ella se gira dándome la
espalda y grita un emocionante “AAAHHH” tapándose la boca a la vez que da
pequeños saltitos en su lugar, como un canguro bebé. Dolores mira de reojo la
situación y me pone cara de culo. Me encojo de hombros, yo no hice nada. Miro
al costado, la puerta del ascensor se abre. Ángela está del otro lado. Quieta.
Su expresión es extraña. Mezcla de asombro e ironía. Sé que vio lo acontecido,
y si no lo vio lo sospecha por la escena misma.
Pasa por
al lado de Dolores y no la saluda. Ni se miran. Pregunta donde se desayuna y se
queja porque el café está fuerte, y los cereales no son azucarados, y el yogur
es entero y lleno de grasa, y ella está realizando una dieta específica. Las
camareras la atienden de mala gana, pero no tienen otro remedio que atenderla y
tratar de cumplir con cada uno de los caprichos de su comensal.
Los
chicos la reconocen. Ángela publica poemas desde nuestras revistas y es
conocida en el ambiente. Tiene además un blog personal desde donde sube poemas
y fotos para alterar a la platea masculina. Se acercan y le piden una foto, ya
con más confianza en esto de hablarle a gente conocida, además pienso para mis
adentros que tal vez el beso le haya brindado una energía extra.
-No –
dice Ángela sin levantar la vista – Estoy desayunando.
-Es un
segundo nada más.
-¡Te
dije que no! ¡Volá de acá pendeja, volá!
Confirmo
con ese acto que Ángela vio toda la secuencia que no tenía que ver. Me amargo
al pensar que en algún momento eso generará una discusión con mi chica. Mi defensa
sería la misma de siempre, le preguntaría “¿cuál es el problema, sos mi novia
acaso?”, ella guardaría silencio y utilizaría esa misma pregunta cuando el beso
se lo dé ella a otro. Así de cruel es nuestra relación. El personal de
seguridad del hotel invita a retirarse a los chicos al oír los gritos, por puro
protocolo le preguntan a Ángela si está bien. Dolores corta la comunicación con
quien sea que esté hablando y lanza un “la puta madre” al aire.
Me sirvo
un café, un jugo de naranja y dos porciones de torta. Esquivo las frutas y los
cereales. Me siento frente a Ángela y le pregunto cómo se siente. Anoche tuvo
fiebre y le costó dormir. Desde hace un par de semanas que su salud presenta
vaivenes. Los análisis le salieron dentro de todo bien, solo un poco de anemia.
Pero levanta fiebre de la nada, dijeron que tiene “algún virus”, que debe
combatirlo con antibióticos.
-¿Cómo
estás? – le pregunto.
Ella,
lejos del sentido común, me arrojó el contenido de su copa de yogur con
cereales contra mi cara, hizo lo mismo con mi jugo de naranja y con el café,
aunque con este último tuvo la sobriedad de lanzármelo en el pecho. Lo demás se
escurría por mis pelos y mi rostro.
-¿Me
podés servir más? – pidió a una de las camareras extendiendo la copa ya vacía.
Bebió el
yogur, se puso de pie y permaneció quieta unos segundos, vi como apoyó una de
sus manos en la mesa para sostenerse, estaba mareada pero sabía que iba a
negarlo si le preguntaba algo. Se dirigió hacia el conserje, se quejó de las
toallas, de la música funcional y de la precariedad del mini bar del
dormitorio.
Dolores
ocupó su lugar en la mesa, me dice que mi relación con Ángela es tóxica y auto
destructiva, me caga a pedos por haber dejado que una fan me besara, por hacer
quilombo con la comida del desayuno y finalmente dice a modo de hermana mayor un “dajala tranquila loco”, en relación a
Ángela, “o cuidala, es tu novia”. Le digo que no somos novios y parece enojarse
aún más, “con más razón dejala tranquila entonces”.
Pienso
para mí mismo, que “si no es tóxica, no es relación”.