Veámoslo
de esta forma. Todo lo que está a tu alrededor muere. Tus deseos incluidos en
la bolsa mueren, tus anhelos, tus aspiraciones, tus sueños, inclusive tus
pecados más perversos se ven deteriorados hasta la nada misma, tus más antiguas
maldades dejan de existir. No queda nada, salvo tu mente, en blanco, temerosa,
quieta, inerte, ajena a todo tipo de conflicto residual, muda frente a ese
final tan anunciado.
¿Qué
harías al no tener respuestas?
¿Qué
harías al no tener dudas?
¿Qué
queda cuando ya no queda nada?
¿Insistimos
por el mismo camino, tercos, convencidos y firmes, o cambiamos de plan y nos
convertimos en todo aquello que alguna vez criticamos, y hasta llegamos a
odiar?
¿Cómo
darnos cuanta si avanzamos por instinto o inercia?
¿Qué
hacer cuando el rival se te viene encima con furia, te acecha, te roba
seguridad, te maltrata psicológicamente, y salir jugando ya no es una opción
viable?
¿A
dónde ir cuando huir ya no tiene sentido?
¿En
qué momento es válido entregarse?
Solemos
decir que hay que morir con las botas puestas, pero… ¿Cuántas veces viste a la
muerte a los ojos y la desafiaste ajustándote los cordones?
¿Podemos
presumir de nuestro espíritu anárquico?
¿Cuántas
veces ofertaron por tu alma?
El
mejor Postor aún no llega.
No hay comentarios:
Publicar un comentario