lunes, 2 de mayo de 2016

Los Cuatro Elefantes - Capítulo III

Tengo insomnio.
Siempre tengo insomnio.
Soy el insomnio con piernas. Soy el insomnio de Jack, solo para entendidos. Hay momentos en los cuales, como diría Andrés Calamaro, “no sé si estoy despierto o tengo los ojos abiertos”, simplemente estoy, pero estar no significa ser. En español existe el verbo “ser” y “estar”, en otros idiomas esos dos verbos se escriben igual, lo que es un absurdo, repito, estar no significa ser.
Llegué a probar sonido con sueño y resaca. Tuve que soportar una pelea entre Ángela y Dolores, gambetear a la gente que me esperaba en la puerta del hotel, salir por una puerta trasera y putear a los periodistas. Cuando llego veo que Braian Bauer le da lecciones de bajo a Ton.
-Eso es el Do – le decía – Entonces tocás cuatro veces ahí y pasás a La, que es acá – le señala con el dedo – Otras cuatro veces ahí.
Es buenísimo. Genial. El guitarrista le está enseñando a tocar el bajo al bajista de la banda unas horas antes del show. Supongo que habré hecho alguna mueca de fastidio, porque Dolores me recordó que había sido yo quien escogió a los miembros de la banda, y es verdad. Prefiero tocar con amigos. Ton es el encargado de hacer el arte de los discos. Ya vamos editando dos, Push Rush y Disorder. Él es artista plástico y no tiene ni idea de cómo tocar el bajo. En el estudio de grabación puede disimular su falta total de conocimiento, porque puede tocar por partes y luego mezclar. Pero no hoy, hoy es en vivo.
Veo que Braian desenchufa varias pedaleras, las levanta y las mira con rostro extraño, le dice a uno de los sonidistas que “no tengo idea como se usan”, solo necesita, según él, la distorsión y algo de eco.
Dolores está tensa. Nadie que haya mantenido una discusión con alguien permanece tranquilo de inmediato.
-Nos tenemos que ir por atrás – me dijo ella en el hotel y trató de acompañarme empujándome por la espalda.
Ángela caminó veloz unos metros, se puso a mi lado y tomó mi mano.
-No – dijo Dolores – Vos no podés venir.
-Pero que no voy a ir nena, soy la novia.
-¡¡Vos no venís y punto flaca, no venís!!
Se insultaron. Se empujaron. Hubo tirones de pelo. Trapitos al sol y todas esas cosas hermosas que se suceden en una pelea de ex amigas. De no ser por mi insomnio la habría disfrutado. Finalmente Ángela debió quedarse en el hotel. Uno a uno.
-Resulta que ahora la pelotudita esa es tu novia – atacó Dolores con ironía en el taxi – Que bárbaro… - refunfuñó – Cuando le conviene es tu novia.
Yo me encogí de hombros. Es raro como a veces las mujeres utilizan diminutivos para referirse a otras mujeres.
-No sé qué te hará – continuó remarcando la palabra “hará” – Que la defendés tanto.
-Yo no la defiendo.
-Pero te ponés de su lado.
-Bueno, ya está, dejala…
Dolores toca la betería en la banda. Fue ella quien se ofreció porque no quería dejarme solo arriba del escenario por diversos motivos. Claro está que en su vida había tocado una batería.
En el lugar del show nos esperaban algunos fans y varios periodistas, pero Dolores, vestida ahora de representante, se los quitó de encima con un concreto “sin fotos chicos, sin fotos”.
Me acerco a Bauer para preguntarle cómo va todo, me dice que el retorno es malísimo, que la policía quiere suspender el recital y que se gastó el agua mineral en varias manzanas a la redonda.
-Vos pensá – me dijo – Él no sabe tocar el bajo, Lole no sabe tocar la batería, yo no sé usar las pedaleras, y vos venís de salir de ataques de pánico, ¿qué puede ser peor?
A veces el consuelo desconsuela.
Probar el sonido no me dio muchos ánimos, para mis adentros yo pensaba que “esto va a salir como el mismísimo ojete”, no teníamos chances que saliera bien. Exploté. Al fin y al cabo soy el líder, soy el compositor y el proyecto lleva mi nombre.
-Paramos, paramos – di la orden levantando la mano derecha - ¿Me explican cómo vamos a hacer música electrónica sin pedaleras y sin bajista?
Cuando uno hace una pregunta a un grupo de personas, y estos se rascan la cabeza, solo significa una cosa: la perdición absoluta. Lisa y llanamente estábamos perdidos.
-En los ensayos suena bien – intentó una defensa Dolores, que al ver mi repentino gesto de liderazgo habló hasta con cierta timidez.
-Esto suena como el orto – dije y di vuelta el teclado que golpeó contra un parlante – Somos una banda de mierda.
Me fui al camarín enojado sin voltear mientras escuchaba que la banda hablaba en voz baja e intercambiaban culpas. Una vez allí me miré al espejo, ¿ese soy yo?, le tengo miedo a los espejos, así que lo tapé con una frazada. Intenté llamar por teléfono a Ángela pero no me respondió. Es rencorosa. Me recuesto haciendo malabares en un sillón de un cuerpo y me duermo.
El sueño, lejos de ser placentero, fue una extraña pesadilla. Yo era un simple niño escondido en el asiento trasero de un auto. El vehículo estaba en el estacionamiento de algún supermercado de los Estados Unidos, no había prácticamente gente, yo no podía ver y comprobar eso, pero en los sueños hay cosas que se saben igual. Miro el espejo retrovisor desde donde colgaban dos dados grandes de peluche, adorno de algún casino, uno con el número cinco y el otro con el dos. Llevo mi vista hacia la izquierda y veo a un hombre con gafas oscuras. Vuelvo mi vista al espejo y noto que el hombre se ríe. Su risa se convierte en carcajada. La carcajada empieza a distorsionarse y todo es una inmensa bola de sonidos. Siento que afuera hay fuego. Yo grito desde el asiento de atrás. Sé que estoy, una vez más, frente al Diablo, el maldito se me aparece en los sueños.
Alguien golpea la puerta. Ese pequeño milagro ha vuelto a ocurrir. Despierto. Trastabillé por el mareo y tardé unos segundos en recordar donde estaba. Aún estaba entre dormido y no me hubiese sorprendido que del otro lado de la puerta se encontrara algún demonio. Dolores me dice que ya es la hora, que la gente está esperando.
No recuerdo haber sentido en la vida más sueño que en ese momento. Pero tenía que salir a tocar. Me puse mis gafas redondas, la gorra de jean con visera y los auriculares. En el pasillo estaba Braian y Ton esperando. Me sentí el capitán del equipo y tuve esa necesidad de unir a todos para decir unas palabras.
-Vos bombo en negra – le recomendé a Dolores haciendo un gesto con mi mano – Si ves que se te complica – me dirigí a Ton – Bajás el volumen y listo, no pasa nada. Vos tratá de no colgar – Bauer tiene tendencia a no poder regresar de los solos de guitarra.
Del resto me encargaría yo, pensé. También se me vino a la cabeza la frase de Duhalde y su “que sea lo que Dios quiera”, y me tranquilicé un poco.
La explosión se hizo presente. La gente gritó como loca. La sirena que anuncia las catástrofes envolvió el ambiente. La gente enloqueció. Dolores comenzó a marcar el bombo en negra y sentí por primera vez el coro de la gente y su “ey, ey, ey, ey”, observo a mi amiga, con los brazos en alto golpeaba los palillos al ritmo del bombo, arengando al público, me pregunto de dónde habrá sacado esa “cancha” si era la primera vez que tocaba frente a alguien. Se me puso la piel de gallina. Esto ya no puede detenerse. Nunca se para a tiempo. Braian largó con su arpegio en Do Menor justo a tiempo para que el platillo y el bajo se unieran a la banda. Estiré mi cabeza para ver, todavía no era mi turno, la gente saltaba y se molestaban entre sí para tratar de llegar delante de todo, contra la valla de seguridad. La segunda explosión me dio el pie que necesitaba. Salí a escena y sentí los gritos. Hice los cuernitos con mi mano izquierda y la levanté. La gente deliró. Me senté detrás del teclado y toqué mi parte, y cuando sentí que algo iba mal porque no sonaba mi instrumento me di cuenta que en realidad el coro de la gente estaba tapando el retorno de mis auriculares. La melodía de la canción era coreada por la multitud, el “oh, oh, oh”, dos simples notas, estaban obsequiando alegría a la gente, y yo, lejos de sentirme bien, sentí una profunda tristeza.
Al terminar la primera vuelta de la canción la gente se contuvo un poco y pude oír algo de cómo estábamos sonando. Y lo supe. En vivo estamos lejos de ser una banda de música electrónica. En vivo hacemos rock instrumental. En vivo somos crudos y desparejos. En vivo somos cuatro elefantes pendiendo de un hilo. En vivo corremos ese riesgo plagado de adrenalina de irnos al carajo en cualquier momento. En vivo puede pasar cualquier cosa. Me gusta. Somos los Sex Pistols con un poco más de ensayo.
Dolores golpeaba con fuerza el bombo y cada tanto hacía algún rulo en sus redoblantes, no metió un platillo a tiempo en toda la noche, salvo el primero, pero quedaba bien, me diría más adelante que piensa en la gente que no quiere y se descarga con los platillos, dándole con fuerza. Braian directamente zapó durante todo el show. Ton no bajó el volumen de su instrumento, pura actitud, a veces pifiaba claro, pero jamás se detuvo. El público inventó cantos de tribuna futbolera con mi nombre, insultó a Pappo y a la policía y pidió que entreguemos a Lole, como se la conoce artísticamente a Dolores. Ella respondió tirando besitos al aire desde su asiento.
Whisky es una canción que cierra el primer disco. Fue grabada técnicamente en vivo en un bar del sur durante mi exilio. El piano estaba desafinado, había poca gente y todos estábamos ebrios. Yo comencé a tocar una melodía que se repetía hasta la eternidad, Dolores, que andaba por esos pagos junto con los demás (incluida Victoria) tratando de rescatarme de las manos del Zoloft, grabó con su celular la secuencia; luego en el estudio se limpió el sonido, se le agregaron unos efectos, y quedó una bonita coda en fade out, que es cuando la canción baja su volumen de a poco hasta desaparecer.
Con Whisky cerramos el show, claro que la versión en vivo fue tocada por toda la banda, para que se retiraran de a uno bajo una lluvia de aplausos, hasta que finalmente solo quedó el teclado y yo, con esa hipnótica melodía. Programé el loop (que es cuando se repite automáticamente la parte de una canción) y activé el fade out, me puse de pie y saludé con ambas manos a la vez que las luces del local se encendieron. La gente, un poco cansada y otro poco satisfecha, aplaudió. Me fui.
En el pasillo los chicos festejaban. A Dolores se la veía feliz, a Ton le dolían los dedos por las gordas cuerdas del bajo, Braian estaba como si nada hubiese pasado. Les pido perdón por mi reacción en la prueba de sonido. Me dicen que no pasa nada.
Nos juntamos en el camarín a beber agua sin saber que estábamos ante el nacimiento de un mito, el camarín de Los Educadores. Luego salimos a la calle cuando ya casi no quedaba nadie. La gente se había retirado casi en su totalidad y el periodismo se cansó de esperarnos. Nos tomamos algunas fotos y firmamos algunos discos. Charlamos un poco con el público. Ton consiguió que una chica se ofreciera para posar desnuda para sus cuadros, gratis. Él no podía creerlo, hasta ese entonces debía pagarle a modelos o prostitutas para conseguir eso. Braian se perdió en el horizonte de la avenida abrazado a la cintura de dos gemelas dark, y Dolores me dijo un pícaro “me voy a tomar algo con ella”, señalando a una mujer que la esperaba en su auto.
Todos ganaron. Canto mentalmente una canción de Fontanet, “hay tantas chicas cantando y para el cantante siempre, siempre dejan tan poco”, sonrío, “no dejan ni un poco”.
No necesito ninguna groupie. Ángela ya debe estar alcoholizada esperando por mí en el hotel. Lista para ser el menú del caníbal que hay en mí. Ángela sería la entrada, el plato principal, el postre y la frutilla del postre.
Ingreso al hotel. Desde la recepción me llaman. Está el sereno y dos camareras que terminaron tarde de limpiar el comedor. Pienso, dentro de mi ego, que es para felicitarme, para pedirme alguna foto, e inclusive, para ofrecerse, pero no. El señor me da la tarjeta para abrir la puerta de la habitación y me dice que “le dejaron esto”, era un papel.
Lo abro. Leo un texto de Ángela escrito de su propio puño, “me fui a la mierda”, rayos.
-Bien – digo y hago una pausa - ¿Dijo algo más la señorita?
-Sí, que es usted un pelotudo.
-Perfecto, gracias – sonrío y subo a mi cuarto.
La canilla del baño de la habitación sigue abierta. La botella de whisky en su lugar. La cama destendida. Hay olor a ella, pero ella ya no está. Me recuesto con una extraña sensación de angustia, de vacío, “del éxtasis a la agonía”, dice Cordera. La extraño. Me acostumbré a estar con ella. Una vez durante una pelea ella me dijo que por qué no me buscaba a otra y listo si tanto me molestaban sus actitudes, yo le respondí que mejor no, porque conocer a alguien nuevo es todo un tema, eso de crear nuevos vínculos lleva tiempo, esfuerzo, dedicación, hay que abrirse, contar miedos, infancias, sueños, no tenía ganas de comenzar una nueva relación con otra persona. Iba a quedarme con Ángela, estaba claro, ya era mucho el tiempo invertido en ella como para andar cambiando. Pero Ángela no está. Sé que su enojo durará unos días, que volverá a hablarme de a poco, que los primeros días no me dejará besarla ni tocarla, que responderá a mis comentarios con cortantes monosílabos, pero que todo culminaría siendo como antes. Mi consuelo es que siempre volvemos, somos “piedras rodantes” que se interponen en el camino del otro para hacerlo tropezar una y otra vez. Pero ahora estoy solo. La extraño. Siento un vacío interior inmenso. Esta debe ser la soledad de los creadores.

Sé que no voy a poder dormir.

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