Tengo
insomnio.
Siempre
tengo insomnio.
Cuando
siento esas inmensas ganas de dormir me recuesto semi desmayado en la cama,
pero cometo el error de encender el televisor, y toda chance de dormir, de
dormitar al menos, se desvanece, se esfuma como la esperanza de un enfermo
terminal al que no le salen bien los últimos estudios. Me doy cuenta que tengo
una obsesión. Lo primero que hago es poner el volumen en un número múltiplo de
cinco. Una vez compré un televisor que cuando se subía o bajaba el volumen no
medía en números, sino una escalerita de barras. Fui al local y pedí que me lo
cambiaran.
-Disculpe
– le dije al vendedor – Pero este televisor tiene un defecto.
-Dígame
cual y la garantía lo cubre.
-El
volumen no se marca con números.
Luego de
consultar con el gerente, y dado que solo había tenido el televisor no más de
un par de horas, accedieron a cambiármelo por uno que sí midiera el volumen en
números. Fue lo que se dice una gauchada.
Mi
obsesión continúa con el orden de los canales. Voy directamente al último de
los deportes. De ahí bajo y miro los demás canales deportivos. Lo de siempre,
fútbol americano, fútbol, básquet, un especial de pesca, y otro de deportes
extremos. De ahí paso los canales altos, los de las películas. Visito el canal
europeo, I-Sat (a quien le debo grandes inspiraciones e influencias), recuerdo
que una vez me dijeron que She Dances With the Rain, una canción que forma
parte del primer disco, era “una canción de película de I-Sat”, lo tomé como un
piropo. Desde ahí bajo a los canales de noticias para terminar regresando a la
mejor opción deportiva. Subo un poco el volumen, bueno, un poco, mínimo a cinco
que no es tan suave.
Ángela
se asoma a la habitación. Acaba de bañarse y viste con una bata y sus cabellos
están envueltos en una toalla. Lava sus dientes, siempre lava sus dientes,
tiene un TOC, yo tengo varios, no me molesta que ella tenga algunos, hasta
puedo afirmar que una persona sin TOCs no es digna de respeto. A veces me
pregunto si contar la cantidad de TOCs propios es un TOC en sí mismo. Ella tiene
una expresión de desconcierto.
-¿Estás
mirando porno? – me consulta con toda la intención de comenzar una discusión.
-No, no,
es un partido de Sharapova, la tenista.
-Ah –
dice estirando el cuello para ver la pantalla – Pensé que estabas mirando porno
– se da vuelta y regresa al baño.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjyEomaWctS9BVhA_3z1aV03BiwL8QjxgA_Mj64dihODCEqPxBhSDv6mrqyoTrYzMjM0RI1R-MfPRjdfqccdCcruK5AasmY-6P8GFvaMGhfb2YC5_PNrbKzjbBLXiVf3Uuz373BhC6MKw/s320/UFace635986801275408177+%25282%2529.jpg)
Ángela
regresa ya sin la toalla en la cabeza. Sus cabellos húmedos y sin desenredar se
ven más oscuros que cuando están secos. Se levanta la bata como si se tratara
de un vestido para poder acomodarse mejor sobre mí, en esa posición que todo lo
puede.
-¿Te
calienta Sharapova? – me susurra al oído, suave, provocativa y sensual. Ángela
no conoce otra forma de susurrar.
-No – le
miento.
Me besa.
Su boca sabe a menta de dentífrico. La abrazo por la cintura. Está delgada.
Durante su internación perdió varios kilos y no pudo recuperarlos. Se siente
débil. Se cansa con más facilidad. Eso no la detiene. Para recuperar aire
apacigua sus movimientos. Ya no es tan salvaje como antes. Se agita pero se
niega a cambiar de posición. Mi teléfono celular suena. La pantalla anuncia que
Dolores me está llamando.
-No la
atiendas – susurra, siempre sensual, Ángela al borde del clímax intensificando de
manera imperceptible sus movimientos.
Sé por
experiencia que no responder una llamada de Dolores tiene consecuencias graves,
“si te llamo me atendés, ok”, no es de llamar por pavadas, para charlar un rato
o para hablar sobre el último capítulo de Death Note, anime que vemos y del que
somos fanáticos. Además siempre me dice que “si no me atendés no sé si estás
muerto, si te secuestraron o si te metiste en una secta”, viniendo de mí, todas
las opciones son válidas.
Atiendo.
-Rocker
– dice - ¿Qué estás haciendo?
Ángela
exagera (o finge) su orgasmo. Dice Solari, “no es sincera pero te gusta oírla”,
amén. Se hace un silencio en la comunicación telefónica. Sé que Dolores debe
estar puteando para sus adentros. A mí, a ella, a Dios y a María Santísima.
-Nada –
respondo – Miro un partido de Sharapova.
-Ah – también
exagera su asombro estirando la letra A – Mirando un partido de Sharapova –
repite.
Otro
silencio interminable. Ángela se levanta y regresa al baño.
-¿Pasó
algo? – me intrigo.
-No
nada, te quería avisar que el disco sale el Lunes y que tocamos en San Luis en
tres semanas para presentarlo.
Corta la
comunicación sin despedirse. Sé, también por experiencia, que se viene un
tiempo de discusiones. Lo mismo de siempre. Ángela va a querer viajar con
nosotros. Dolores no va a querer que venga. Me van a decir a mí que elija, y
allí se produce el grato momento de todo hombre donde se encuentra
hazañosamente entre la espada y la pared.
Me pongo nervioso. Me duele el estómago,
no tanto por esa futura, inevitable y ya
clásica pelea, saber que voy a tener que subir a escena nuevamente me altera.
Otra vez la lista de temas. Otra vez la presión. Otra vez los periodistas, la
policía. Siento presión en el pecho. Nudos en el estómago. Se me enfrían las
manos, y si no mantengo la calma sé que terminaré en el hospital conectado a
cables haciéndome un chequeo del corazón. Respiro profundo. Camino hasta el
mini bar. Cada vez tenemos menos botellas, y las que nos quedan están por la
mitad. Le pregunto a Ángela si quiere tomar algo sabiendo cuál será su
respuesta.
Desde
su internación Ángela se embriaga con mayor facilidad. Pero ya no es lo mismo.
Ya no es divertido. El alcohol es algo que realmente la está lastimando. Bebemos
juntos un par de tragos. Intentamos, o intento yo, tener sexo con ella, pero no
podemos. Su cuerpo no responde. Yace desmayada. Inerte. Dormida. Zombie. Podría
utilizar su cuerpo inerte como muñeca inflable, pero es más divertido con ella
despierta.
Mientras
la observo dormir recuerdo las palabras de su amiga, “le estás cagando la
vida”, me gritó hace unos años cuando me responsabilizaban, con razón, de ser
yo el encargado de facilitarle la marihuana. Victoria en ese tiempo me recordó
que “es una pendeja boludo, ubicate”, Dolores me dijo que iba a terminar en
cana, pero los hombres del clan me arengaban, me alababan, hasta sentían
envidia, frases como “qué caramelo te estás comiendo”, solo conseguían
incrementar mi deseo de no perderla y no dejarla tranquila.
Ella está medicada. No debería tomar
alcohol. Yo le facilito el alcohol. La regla de tres simples no me hace quedar
nada bien. En una de nuestras tantas peleas me gritó que “sos lo peor que me
pasó en la vida”, en ese momento sentí algo similar, ¿qué tan bueno era estar
junto a ella? Pienso en las ensaladas que repudia Bukowski, y me ilusiono con
pensar que quizás sean una buena solución, aunque claro, la historia no será
buena. Ángela tose y me invade un sentimiento de culpa demoledor. La levanto con
cuidado, no es muy pesada, y la acomodo sobre mi pecho para abrazarla mejor.
Ella fue la primera en escuchar el disco
completo, primero los demos o algunas melodías o arpegios desde mi guitarra,
siempre dice que le gusta escucharme tocar la guitarra o el piano. Sobre el
disco terminado dice que le gusta, que hay una madurez musical, le gustan las
melodías y las texturas. Cuando cocina o hace gelatina para el postre tararea
los temas, tiene uno preferido, según ella European Movie le salvó la vida, “me
hipnotizó, no podía dejar de escucharla”, me confesó unos días después de su
alta.
Le pregunto si me ama, pero “está dormida,
o finge que duerme”, Solari inspirado es infalible.
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