Tengo insomnio.
Siempre
tengo insomnio.
La
televisión encendida en volumen cero delata la hora. El vaso de whisky sobre la
mesa de luz está lleno, el hielo se ha derretido, una verdadera picardía. Bebo
de dos sorbos la totalidad del elixir. Ya no me quema la garganta, y sé que eso
es algo peligroso. Significa que ya soy inmune al whisky aunque espero que sea
por el exceso de agua que generó el deshielo. El control remoto de este hotel
tiene una pequeña falla en sus botones, los números están trabados y le falta
el botón para subir de canal. Solo puedo hacer un zapping descendente. En el
canal de la música están pasando un especial con los números uno de Michael
Jackson, no puedo escuchar las canciones, pero tiene videos buenos y miro un
par, ya nadie hace videos como él.
Cada
tanto alguna puerta suena con brusquedad, cerrándose sin escrúpulos. La gente
no tiene delicadeza para cerrar las puertas en los hoteles, el anonimato es la
mejor defensa, y es lo mejor que puede ocurrirle a una persona. Anonimato, que
palabra tan lejana ya para mí. Al menos todavía puedo caminar por la calle, son
pocos quienes me conocen sin mi disfraz de artista, sin las gafas ni la gorra y
auriculares soy simplemente uno más, solo me conocen de nombre pero no mi
rostro. Pero siempre me encuentro con alguien que sí me conoce, y pega el grito
y me señala con el dedo, e inmediatamente me veo rodeado de varias personas que
pretenden una foto, un autógrafo, un algo que les cambie la vida para siempre;
yo, claro, no puedo con esto último, apenas si puedo con las fotos y firmas.
-Regalame
una frase – me pidió una chica durante la presentación de un libro.
-Si vas
a jugar, que sea con fuego – improvisé, la chica se fue feliz, pero me pregunto
qué tanto habré arruinado su vida con esas palabras.
Afuera
ya comienza el frío. Es la época, claro. Pienso en la gente que no tiene hogar,
en los perros callejeros y siento un profundo deseo de beber más whisky para
evadir la realidad, debo escaparme cuanto antes, pero la botella quedó
destapada en la mesa de entrada, en el pasillo de la habitación. Sonrío para
mis adentros recordando una frase de Andrés Calamaro, “si es un sacrificio
prefiero que no”, a veces puedo llegar a ser una verdadera larva.
Ángela
duerme a mi lado. Su sueño es profundo. Yace desnuda en posición fetal. Se ve
hermosa. Su piel no tiene tatuajes, solo una pequeña marca de alguna vacuna de
la infancia. Tuvo una tarde agitada (como todas sus tardes) de lucha interna contra
sus propios demonios, que no son pocos, para luego ceder a mis deseos y
perversiones más profundas. Es una amante obediente. Me encuentro a mí mismo
haciendo una mueca de ternura en la cara mientras la observo, ¿será eso el
amor? Dormida es un angelito. Su rostro es de inocencia. Me pregunto por qué
será que las mujeres, incluidas sus propias amigas, la odian. Luego la recuerdo
despierta y entiendo.
La
observo dormir. Por momentos mueve sus ojos con velocidad. Lo noto en sus
párpados. Debe estar soñando. Luego deja de moverlos, se calma y respira
profundo. ¿Qué clase de monstruos la estarían atormentando en la pesadilla?
¿Habrá podido escapar? Se mueve y entre abre sus ojos para observarme. Verifica
que yo esté allí y continúa durmiendo, como si mi presencia la tranquilizara.
Acaricio su pelo y sonríe sutilmente. Si esto no es el amor, es, al menos, algo
similar, o una clonación imperfecta, una copia cruel que nos da esperanzas y
nos hace creer. Una teoría de Ouspensky dice que Dios es tan solo un invento
del Diablo para darle esperanza a los seres humanos, y así reírse de ellos. El
amor no debe ser tan distinto.
Me
preocupo por la lista de temas. Armar la lista del show es más complicado de lo
que parece, un error allí y el público se pierde. Generalmente conviene
comenzar bien arriba, le gente llega al show con ganas de cantar y saltar, hay
mucha energía y adrenalina contenida, bronca, dolor, odio, la gente ya no
va recitales para disfrutar, los utiliza
como terapia, y es recomendable hacer que esa bomba explote lo antes posible,
para luego sí poder demostrar un set un poco más tranquilo, con sonidos más
acústicos y alguna balada, con el público ya no tan sediento.
Se me
viene a la mente, de forma súbita, el comienzo de toda esta historieta. Mi
depresión, las pastillas, la soledad, el fracaso. Esto último fue un verdadero
cachetazo al ego, yo tenía pensado publicar una trilogía de poemas, pero los
números no cerraron, y la editorial que me auspiciaba canceló mi contrato luego
del segundo libro. En Vicky’s Books, por más que se trate de una editorial independiente,
no comen vidrio. Eso desató mi furia.
Hubo una
fuerte discusión con Victoria, la líder del clan y el movimiento del que formo
parte, tuvimos antiguos pases de facturas, trapitos al sol innecesarios. Las
mujeres del clan, incluida Ángela, se pusieron de su lado, los hombres, aunque
sabían que el equivocado era yo, del mío, así funcionan las corporaciones. Me
exilié en el sur para vivir en una cabaña, enojado con el mundo. Conocí a una
mujer recién separada que era psiquiatra, con sed de venganza, dispuesta a
probar todo, con quien consumía “drogas legales”, ya saben, tener una receta al
alcance de la mano es una ventaja en los momentos de desesperación, y fue, viendo
los resultados, una profunda fuente de inspiración. Si el precio para una buena
obra de arte es la muerte de algunas neuronas, bienvenidos sean los funerales.
El
teléfono de la habitación suena. Trato de atender con velocidad para evitar que
Ángela se despierte, eso es algo cercano al amor, dejar que el otro duerma en
paz, pero todo lo que se hace rápido se hace mal, y mi torpeza hizo que tirara
el teléfono al suelo y el ruido fuese más grande. Ella se despertó a la vez que
yo atendí la llamada.
-¿Hola?
-Hola,
le hablo desde la recepción, le transfiero una llamada.
-Rocker
– del otro lado Dolores estaba un poco nerviosa – Mañana hay que probar sonido
temprano, te vas a tener que guardar porque se llenó la ciudad, todos te
quieren ver, esto es un quilombo de la San Puta, queda cancelado el Mc Donald.
-Ok.
-¿Vos
todo bien?
Dolores
siempre fue la encargada de ponerse todo al hombro. Desde las sombras organiza
las presentaciones de los libros, las muestras de cuadros, los estrenos de
películas, y ahora los recitales; y aun así siempre le queda tiempo para
preguntar por el estado anímico de los demás. Es una dulce, no merezco su
amistad.
-¿Quién
era? – me pregunta Ángela con la voz ronca y me acaricia el pecho. Le digo que
“no era nadie”, le sugiero que siga durmiendo, que es temprano, aunque en
realidad no sé qué hora es, pero ella no obedece y se levanta.
Camina
desnuda entre las sombras. Puedo contemplar su silueta. Se desplaza por el
dormitorio desnuda con una naturalidad que asusta. Llega hasta la botella de
whisky destapada. Me dice en tono de regaño algo así como que si no la tapo se
evapora. Bebe del pico un sorbo, como si fuese agua. Limpia sus labios con la
mano. Me pregunta si quiero. Le digo que sí y estiro el brazo sujetando el
vaso. Me sirve hasta el tope y bebe lo que queda de la botella. Me pregunta si
pedimos otra. Le digo que mejor no. Bebo mi whisky casi de un sorbo, esta vez
sí me quema la garganta y parte de mí se tranquiliza. Siento escalofríos. Creo
que tomé demasiado. Ángela se me sienta encima y murmura algo de manera
cariñosa, finge ser una niña. Hace trompita y enreda un mechón de su cabello en
su dedo. Me besa. Su boca sabe a alcohol. Sus muslos al costado de mi cadera
son serpientes que no pretenden quedarse quietas. Trato de adivinar la hora
pero ya perdí noción del tiempo, y los movimientos de Ángela me hacen perder la
noción del espacio. Dice una canción de Solari, “yo no la cambio por nada
cuando empieza a cabalgar”.
El
cielo, a veces, es un lugar tentador.