lunes, 4 de julio de 2016

La época del Salmón

Algunos nombres se olvidan.
Algunos hombres se olvidan.
Lo que no se olvida es el arte.
Cada tanto regresan súbitamente imágenes de algo que vimos, escuchamos, leímos, algo que nos hizo sentir caos, bienestar, algo que eriza nuestra piel, una nota aguda que vibra, un solo de guitarra, un dibujo. Viene la obra a nuestra mente sin mayores pretensiones que esa. No sabemos por qué, pero vuelve, sin avisar, quizás para recordarnos que la belleza existe.
No recuerdo el nombre del chico que dibujaba bien en el colegio secundario. Recuerdo que era muy bajo de estatura, y que su cuerpo estaba bien formado, como si con músculos intentara contrarrestar su falta de estatura. Este chico usaba barba candado de algunos días, tenía la voz ronca, afirmaba ser un gran boxeador callejero y se jactaba también de ser un conquistador de mujeres serial, pero todos sabíamos que eso era mentira, y que guardaba en su interior una inmerecida tristeza, digna de los seres con talento.
No recuerdo su nombre, pero recuerdo su obra. Sus flores en lápiz eran insuperables. Manejaba muy bien los contrastes de luces y sombras. Dibujaba retratos como si se tratara de una foto, dibujos que obsequiaba a todas las chicas bonitas del colegio esperanzado en conseguir un “algo” de ellas,  un “algo” que nunca llegaba (nacido para el “te quiero como amigo”) inclusive incursionaba en el arte de los dragones y doncellas siempre con el mismo talento. Era el encargado oficial de hacer los logos de los grupos musicales de la escuela, la mayoría de ellos punk.
El chico que dibujaba bien era un jalador de nafta empedernido (nunca me lo confesó pero era un rumor muy fuerte, pero no me sorprendería que se tratara de un rumor que él mismo se encargara de difundir) y además consumía pastillas para dormir y bajar la ansiedad, también una historieta digna de los seres con taleno.
A veces, en los recreos, hablábamos de música, si bien él era mayor en edad había repetido un par de años y cursaba en un año menor al mío. Me dijo, “en mi casa solo se escucha a Calamaro”, era la época del Salmón, y todo ese ambiente turbio, sonámbulo y farmacéutico. La frase no pasó a mayores, Andrés estaba de moda y todo el mundo lo escuchaba.
Hoy la obra del chico que dibujaba bien volvió a mí sin dar explicaciones. De repente sus dibujos se aparecieron en mi retina, y fue imposible no escuchar las canciones más tóxicas del Salmón. Pienso que uno a la larga termina convirtiendo en sus influencias, buenas o malas. Recuerdo hoy, más de 15 años después, esa frase, “solo se escucha a Calamaro”, entiendo, ahora, muchas cosas, como por ejemplo que el talento, a veces, se crea. Quizás los dibujos de este chico regresaron para que yo volviera a escuchar esa música.
Suena el disco Pura Sangre y pondero entonces la grandeza de Andrés, grandeza que había olvidado y que me prometo solemnemente no volver a olvidar. Ahora sé que él es un poeta maldito.
Celebro también recordar la obra del chico que dibujaba bien, porque es un claro, digno y vivo ejemplo de la inmortalidad en el arte.

Aunque sigo sin recordar su nombre.

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