Siempre
tengo insomnio.
No hay
nada peor para alguien que no puede
dormir que el hecho que lo despierten cuando está durmiendo. Tenía un sueño
recurrente. Agua. Siempre sueño con agua. A veces veo venir una ola. Otras
simplemente el agua comienza a subir, y sube. Si el agua avanza no se puede
hacer nada. A veces en el sueño trato de huir. Otras, sabiendo que es un sueño,
permanezco quieto y confiado y simplemente aguardo por despertar.
Uno de
mis miedos más absurdos es pensar que quizás algún día llegue una verdadera
crecida del mar o del rio, y que yo, anestesiado por el insomnio crea que se
trata de un simple sueño y me quede quieto y morirme ahogado. Esto último hizo
que la pasara realmente mal en un par de estas pesadillas, porque algunas son
muy reales, y me despierto angustiado, sudado y con palpitaciones. Ya no puedo
volver a dormir.
Las olas
del mar rompían contra las rocas, yo las escalaba tratando de huir. Abajo los
gritos se incrementaban. Iba con una mujer que no conocía. Ella se queda atrás,
me dice desesperada que ya no tiene fuerzas, en su rostro veo el miedo, la
resignación y la angustia de saber que el final es inevitable. Sé para mis
adentros que yo debo tener un rostro similar. Una última ola avanza y sé que
voy a morir. Rezo porque todo sea un sueño. El agua me tapa. Siento como mis
pulmones son presionados. Siento que mi cabeza va a estallar. Se produce el
milagro.
-¡¡Rocker!!
– Dolores golpea la puerta - ¡¡Rocker!! – insiste.
Abro los
ojos. Siento la garganta seca y me duele la cabeza. Mi sien late y pienso que
tiene todas las intenciones de estallar. Mis labios están pegados. En un
principio no entiendo nada. Todo el lugar me resulta desconocido. No sé donde
estoy. El televisor está encendido sin volumen. La canilla del baño está
abierta, y pienso que ese sonido ambiente tal vez haya influido en mi
pesadilla. Me siento en el borde de la cama solo para sentir un enorme mareo.
Escucho que alguien grita mi nombre y un “la puta madre” de fondo. Me pongo de
pie y cuando estoy próximo a abrir la puerta me doy cuenta que estoy desnudo.
Digo (o trato de decir) que “ya voy”, pero mi voz no sale, claramente fue una
noche salvaje que trajo consecuencias físicas, aclaro mi garganta con una tos y
puedo, finalmente, decirlo.
-Dale
boludo, que es re tarde – Dolores comprueba que estoy con vida y parece más
calmada.
Me pongo
al revés un pantalón deportivo que uso para sentirme cómodo y le abro la
puerta. No la invito a ingresar pero ella igual entra, existe esa confianza
entre nosotros.
-Hay
gente en la puerta, te quieren ver – dice y camina por la habitación – En un
rato hacemos la prueba de sonido… - se detiene y hace un silencio repentino.
Veo lo
que está mirando. Sobre la cama Ángela duerme profundamente. Tiene sus muslos
tapados con la sábana arrugada y está abrazando la almohada.
-¿Te
fijaste si respira? – ironiza Dolores al ver la escena completa con los vasos y
la botella de whisky tirada en el suelo – Te espero abajo en media hora.
Me
recuesto con fuerzas, me tiro “cuerpo a tierra” sobre la cama. Sé que si dejo
pasar más de diez segundos volveré a dormirme. El agua de la canilla sigue
generando un cálido sonido ambiente que invita a dormir.
-¿Qué
quería? – consulta Ángela aun con los ojos cerrados y con un murmullo ronco, como
si todo el tiempo hubiese estado consciente. Seguro escuchó la ironía de
Dolores.
Presto
atención ya un poco más despierto y escucho unas voces cantando al unísono que
vienen de la calle. Dicen algo así como “que lo llevan adentro como lo llevo
yo”. Ángela me pregunta que hora es mientras revuelve en su bolso buscando
algunas aspirinas para su creciente dolor de cabeza. Ya la conozco. Siempre
busca lo mismo por las mañanas, y me pregunto cuánto tiempo más soportaremos
vivir así.
-¿No
viste mi celular? – me pregunta a la vez que se viste con una musculosa larga
que finge ser un vestido que tapa hasta la mitad de sus piernas. Por algún
motivo por las mañanas sí siente vergüenza de su desnudez. No son pocas las
veces que me pide que “ándate vos primero”, y así ella puede vestirse
tranquila.
La veo
caminar hacia el baño. Pienso que es imposible no amarla. Aunque también pienso
que cuanto será de amor y cuanto de pasión. ¿La amo a ella o amo su cuerpo?
Recuerdo un viejo poema que escribí, justamente, pensando en ella, en él me
pregunto si “¿es el Diablo o solo una mujer hermosa?, ¿es un Ángel o la fría
tentación ”, cuando comenzamos esta relación ella era lo que se dice una Lolita,
título del poema.
El
sonido del agua de la ducha golpeando contra el suelo es otro incentivo para
continuar durmiendo, es un sonido parecido al de la lluvia, y se me viene a la
mente mi infancia, cuando en mi habitación con techo de chapa las gotas
golpeando allí eran el más natural y sano de los somníferos, hoy en día los
somníferos son un poco más crueles y agresivos. El teléfono suena y me saca del
trance y me ayuda a despertar definitivamente.
-Rocker
– Dolores está ansiosa – En veinte minutos te quiero abajo.
Tengo
que bañarme en tiempo record, solo así, quizás, consiga despabilarme. Debo al
menos mojarme la cara. Interrumpo ilusionado el baño de Ángela corriendo el
riesgo que se enfade y me eche, pero mis sospechas se confirman, ella pasó de
ser una simple Lolita a ser una ninfómana profesional, decidida, dedicada y de
tiempo completo.
-Mirá en
lo que me convertiste – me susurra algunas veces cuando su boca está próxima a
realizar alguna sublime destreza.
A veces
me pregunto si ella me ama o solo ve en mí un objeto de deseo. Me consuelo
(como un tonto) pensando que para ser objeto soy bastante feo, y que si está
conmigo un mínimo de amor debe sentir. Me siento frágil, inseguro, temeroso,
indefenso, y cometo el error de hacer la pregunta del millón en el momento
menos indicado.
-¿Me
amás?
Ella
responde con una sonora carcajada y continúa con sus perfectos movimientos
pélvicos, hace equilibrio en una pierna mientras yo la sujeto por debajo de la
rodilla de la otra pierna, me abraza con ambos brazos por el cuello para no
caerse, pega su frente a la mía, entre abre su boca y siento su tibio aliento
en mi cara, me doy cuenta que está conteniéndose para no hacer ruido, el final
no solo es inevitable, sino también placentero.
No
responde a mi pregunta.
Bajamos
juntos a la sala donde Dolores me esperaba, la vi impaciente. Enfurecida. Cada
medio minuto mira su reloj. Está apurada. Le pone cara de culo a Ángela que no
la saluda ni la mira, y si la miró fue imperceptible porque llevaba gafas
oscuras. Ángela quiere desayunar, y quiere que lo hagamos juntos, “como si
fuéramos novios”, diría la blonda de Belinda. Dolores dice algo así como que no
hay tiempo, que no hinchemos las pelotas. Ángela, audaz como pocas, mete
presión de manera sutil, me sujeta tiernamente de la mano, entrelazando los
dedos, y camina lento hacia el comedor, desfilando con su trofeo a cuestas. Yo
voy detrás suyo, hipnotizado, como un perrito faldero, pienso en Gustavo
Cerati, “¿qué otra cosa puedo hacer?”, escucho un insulto murmurado de Dolores,
percibo una leve sonrisa de Ángela. Uno a cero.
Desayunar,
de todas formas, no es una mala idea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario