sábado, 23 de abril de 2016

Los Cuatro Elefantes - Capítulo II

Tengo insomnio.
Siempre tengo insomnio.
No hay nada peor para alguien que no  puede dormir que el hecho que lo despierten cuando está durmiendo. Tenía un sueño recurrente. Agua. Siempre sueño con agua. A veces veo venir una ola. Otras simplemente el agua comienza a subir, y sube. Si el agua avanza no se puede hacer nada. A veces en el sueño trato de huir. Otras, sabiendo que es un sueño, permanezco quieto y confiado y simplemente aguardo por despertar.
Uno de mis miedos más absurdos es pensar que quizás algún día llegue una verdadera crecida del mar o del rio, y que yo, anestesiado por el insomnio crea que se trata de un simple sueño y me quede quieto y morirme ahogado. Esto último hizo que la pasara realmente mal en un par de estas pesadillas, porque algunas son muy reales, y me despierto angustiado, sudado y con palpitaciones. Ya no puedo volver a dormir.
Las olas del mar rompían contra las rocas, yo las escalaba tratando de huir. Abajo los gritos se incrementaban. Iba con una mujer que no conocía. Ella se queda atrás, me dice desesperada que ya no tiene fuerzas, en su rostro veo el miedo, la resignación y la angustia de saber que el final es inevitable. Sé para mis adentros que yo debo tener un rostro similar. Una última ola avanza y sé que voy a morir. Rezo porque todo sea un sueño. El agua me tapa. Siento como mis pulmones son presionados. Siento que mi cabeza va a estallar. Se produce el milagro.
-¡¡Rocker!! – Dolores golpea la puerta - ¡¡Rocker!! – insiste.
Abro los ojos. Siento la garganta seca y me duele la cabeza. Mi sien late y pienso que tiene todas las intenciones de estallar. Mis labios están pegados. En un principio no entiendo nada. Todo el lugar me resulta desconocido. No sé donde estoy. El televisor está encendido sin volumen. La canilla del baño está abierta, y pienso que ese sonido ambiente tal vez haya influido en mi pesadilla. Me siento en el borde de la cama solo para sentir un enorme mareo. Escucho que alguien grita mi nombre y un “la puta madre” de fondo. Me pongo de pie y cuando estoy próximo a abrir la puerta me doy cuenta que estoy desnudo. Digo (o trato de decir) que “ya voy”, pero mi voz no sale, claramente fue una noche salvaje que trajo consecuencias físicas, aclaro mi garganta con una tos y puedo, finalmente, decirlo.
-Dale boludo, que es re tarde – Dolores comprueba que estoy con vida y parece más calmada.
Me pongo al revés un pantalón deportivo que uso para sentirme cómodo y le abro la puerta. No la invito a ingresar pero ella igual entra, existe esa confianza entre nosotros.
-Hay gente en la puerta, te quieren ver – dice y camina por la habitación – En un rato hacemos la prueba de sonido… - se detiene y hace un silencio repentino.
Veo lo que está mirando. Sobre la cama Ángela duerme profundamente. Tiene sus muslos tapados con la sábana arrugada y está abrazando la almohada.
-¿Te fijaste si respira? – ironiza Dolores al ver la escena completa con los vasos y la botella de whisky tirada en el suelo – Te espero abajo en media hora.
Me recuesto con fuerzas, me tiro “cuerpo a tierra” sobre la cama. Sé que si dejo pasar más de diez segundos volveré a dormirme. El agua de la canilla sigue generando un cálido sonido ambiente que invita a dormir.
-¿Qué quería? – consulta Ángela aun con los ojos cerrados y con un murmullo ronco, como si todo el tiempo hubiese estado consciente. Seguro escuchó la ironía de Dolores.
Presto atención ya un poco más despierto y escucho unas voces cantando al unísono que vienen de la calle. Dicen algo así como “que lo llevan adentro como lo llevo yo”. Ángela me pregunta que hora es mientras revuelve en su bolso buscando algunas aspirinas para su creciente dolor de cabeza. Ya la conozco. Siempre busca lo mismo por las mañanas, y me pregunto cuánto tiempo más soportaremos vivir así.
-¿No viste mi celular? – me pregunta a la vez que se viste con una musculosa larga que finge ser un vestido que tapa hasta la mitad de sus piernas. Por algún motivo por las mañanas sí siente vergüenza de su desnudez. No son pocas las veces que me pide que “ándate vos primero”, y así ella puede vestirse tranquila.
La veo caminar hacia el baño. Pienso que es imposible no amarla. Aunque también pienso que cuanto será de amor y cuanto de pasión. ¿La amo a ella o amo su cuerpo? Recuerdo un viejo poema que escribí, justamente, pensando en ella, en él me pregunto si “¿es el Diablo o solo una mujer hermosa?, ¿es un Ángel o la fría tentación ”, cuando comenzamos esta relación ella era lo que se dice una Lolita, título del poema.
El sonido del agua de la ducha golpeando contra el suelo es otro incentivo para continuar durmiendo, es un sonido parecido al de la lluvia, y se me viene a la mente mi infancia, cuando en mi habitación con techo de chapa las gotas golpeando allí eran el más natural y sano de los somníferos, hoy en día los somníferos son un poco más crueles y agresivos. El teléfono suena y me saca del trance y me ayuda a despertar definitivamente.
-Rocker – Dolores está ansiosa – En veinte minutos te quiero abajo.
Tengo que bañarme en tiempo record, solo así, quizás, consiga despabilarme. Debo al menos mojarme la cara. Interrumpo ilusionado el baño de Ángela corriendo el riesgo que se enfade y me eche, pero mis sospechas se confirman, ella pasó de ser una simple Lolita a ser una ninfómana profesional, decidida, dedicada y de tiempo completo.
-Mirá en lo que me convertiste – me susurra algunas veces cuando su boca está próxima a realizar alguna sublime destreza.
A veces me pregunto si ella me ama o solo ve en mí un objeto de deseo. Me consuelo (como un tonto) pensando que para ser objeto soy bastante feo, y que si está conmigo un mínimo de amor debe sentir. Me siento frágil, inseguro, temeroso, indefenso, y cometo el error de hacer la pregunta del millón en el momento menos indicado.
-¿Me amás?
Ella responde con una sonora carcajada y continúa con sus perfectos movimientos pélvicos, hace equilibrio en una pierna mientras yo la sujeto por debajo de la rodilla de la otra pierna, me abraza con ambos brazos por el cuello para no caerse, pega su frente a la mía, entre abre su boca y siento su tibio aliento en mi cara, me doy cuenta que está conteniéndose para no hacer ruido, el final no solo es inevitable, sino también placentero.
No responde a mi pregunta.
Bajamos juntos a la sala donde Dolores me esperaba, la vi impaciente. Enfurecida. Cada medio minuto mira su reloj. Está apurada. Le pone cara de culo a Ángela que no la saluda ni la mira, y si la miró fue imperceptible porque llevaba gafas oscuras. Ángela quiere desayunar, y quiere que lo hagamos juntos, “como si fuéramos novios”, diría la blonda de Belinda. Dolores dice algo así como que no hay tiempo, que no hinchemos las pelotas. Ángela, audaz como pocas, mete presión de manera sutil, me sujeta tiernamente de la mano, entrelazando los dedos, y camina lento hacia el comedor, desfilando con su trofeo a cuestas. Yo voy detrás suyo, hipnotizado, como un perrito faldero, pienso en Gustavo Cerati, “¿qué otra cosa puedo hacer?”, escucho un insulto murmurado de Dolores, percibo una leve sonrisa de Ángela. Uno a cero.

Desayunar, de todas formas, no es una mala idea. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario