PRESENTAMOS EN EXCLUSIVA UN ADELANTO DE LA FLAMANTE RE-EDICIÓN DE LOS TRAUMADITOS, NOVELA URBANA CON ALTAS DOSIS DE PSICODELIA Y SURREALISMO.
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Reprimido por los estrictos dogmas
religiosos que su progenitor impartía con severidad y la educación recibida por
su madre, jamás conoció las pequeñas cosas simples de la vida como el placer o
el deseo, la tentación o la vida misma. No deseaba si no lo autorizaban a que
desease, no gozaba si no lo autorizaban a gozar.
Pero siempre sin pasarse de la raya.
Era un verdadero ente, un golem que haría
cada cosa que se le pida siempre y cuando lo aprueben las sagradas escrituras y
la iglesia.
Nos conocíamos porque vivíamos en la
misma cuadra. Pierre era el típico chico al que iban los matones del barrio a
pegarle, a empujarlo, a quitarle sus cosas y a obligarlo a que viniera por
ellas. Él iba sin interés, sabía que tarde o temprano terminarían por
devolvérselas, pero si no aceptaba la humillación la cosa se ponía espesa de
verdad. Si bien nunca atiné a separarlo ni mucho menos a defenderlo, por miedo
a represalias en mi contra, siempre hicímos buenas migas. Era el único que se
juntaba con él. De hecho estuve un tiempo enamorado de su hermana. En el
transcurso de algunos meses iba a su casa con la excusa de verla a Sabrina,
hasta me quedé a comer y me atreví a
encabezar la bendición de la mesa familiar para ganar puntos con todos. Ella se
me reía en la cara y jamás me dio la más mínima oportunidad, su papá no me
quería demasiado y la madre hacía lo que decía su esposo. Fue durante la
adolescencia, un tiempo antes de conocer a Sofía.
Esa mañana gambeteo gente en la plaza
como si fuera un Maradona sofocando una biblia debajo de su axila, con la
mirada perdida y esquiva. Torció su rumbo del caminito de adoquines entre los árboles
y se dirigió hacia donde me encontraba, en un banco de madera, a pocos metros
de la calesita, un viejo carrusel con los juegos para los niños despintados,
las alas de los aviones desatornilladas y varios caballitos, que por su
apariencia, parecían enfermos.
Habían transcurrido algunos días sin ver
a Sofía. En la escuela estaba como ausente sin aviso y en su casa ni el chino
antipático ese que vive con ella se acercó cuando llame a la puerta, mucho
menos ella. Golpee con fuerza la puerta y grité su nombre.
-¡¡Sofía!! ¿Estás bien?
Por respuesta recibí un silencio
desalentador, los vecinos me miraban de lejos, pero cuando quería hablarles
apuraban el paso y se iban a esconderse a sus casas.
Por primera vez comencé
a analizar fríamente los hechos en torno a esos días que habían transcurrido, eran
un puñado de cosas inconexas que no tenían el menor sentido, pero que eran
huellas oscuras de algún rincón todavía más oscuro de su alma y de su
existencia que dejó para que la siguiera, todo muy de golpe al menos para mí.
Me encontraba recapitulando todo, mientras
observaba a las hormiguitas llevar su alimento al hormiguero, cargar un peso
superior varias veces al de su fisonomía cuando Pierre se plantó delante mio. Dejándome
oscurecido por su sombra
-Dios se me apareció en un sueño y me dio
un mensaje –Dijo.
-¿Qué tipo de mensaje? –Mi pregunta
sonaba a sarcasmo.
-Debo convertir a la humanidad, estamos
en vísperas del apocalipsis, toda la creación inmolándose a fin de salvar a los
convertidos. Soy un enviado de los cielos, traigo conmigo una extensión del
paraíso para convidar aquí en la tierra. Un mensaje no es nada sin un hablante
y un oyente que le den sentido, es tan solo un código para el cual soy el
vehículo, el nexo entre Dios y los mortales, quien quiera oír que oiga…
Mis ojos se posicionaron sobre él, no
podía creer lo que estaba escuchando. Esperaba el momento en que me dijera es una broma boludo pero ese instante
nunca llegó. Sus palabras sonaban convencidas, firmes y no había rastros de
duda en su prédica. Era un hecho, en ese instante en que, a unos pasos
nuestros, la piedra de ese niño había impactado sobre el cuerpo de ese pájaro
quitándole la vida, solo por ese morbo de ver morir a un ser ¿Lo ayudara a
comprender la muerte? un anciano movía el alfil con una mano dejando a su
contrincante en jaque y con la otra espantaba una abeja de sus ojos, una pareja
se besaba, una señora los veía con actitud reprobatoria, tal vez en algún lugar
del mundo alguien tenía una pesadilla sobre tigres agresivos, una pareja
comenzaba a desnudarse con urgencia y varios niños morían ¿Evitable o
inevitablemente? de hambre, todo había cambiado. En algún punto y
desconociéndolo, para una cantidad considerable de gente tan anónima como
ellos, las cosas no serían lo mismo desde ese instante. Él permanecía
indiferente, seguía con una serenidad turbia, aterradora, me recordaba a
Charles Manson en una entrevista desde la cárcel que vi en televisión.
Tragué saliva, por primera vez Pierre me
preocupaba.
La mañana continuaba con su desesperante
ritmo, miles de cuerpos inertes acarreando portafolios y morrales más inertes
que quienes los llevaban, la voracidad de la especie humana avanzando a tres
baldosas en un paso, sudando para llegar temprano a la oficina y cumplir con la
miserable vida monótona dictada de antemano ¿Eso era vida? ¿Cazadores o presas?
Me recordaban a las hormiguitas que estuve mirando, pero con un sentido propio
del canibalismo. Colectivos vomitando y deglutiendo personas en cada esquina,
todo mientras aquí, debajo de unas palmeras donde unas palomas armaron su nido,
Pierre me observaba con ojos penetrantes, como si tratara de hipnotizarme con
la mirada, ignoraba cuanto tiempo había permanecido así; cuando se percató que
percibí su fijación, tomó la biblia y comenzó a hojearla, solo por hojearla,
solo por intentar disimular, con escasos resultados. Siempre fue un hombre de
pocas palabras, ajeno a todo, parecía como si no estuviera allí, taciturno por
momentos.
-Me voy a propagar la nueva fe –dijo y
con su habitual serenidad partió rumbo hacia la humanidad.
No volví a tener contacto personal con él.
Nunca más.
Sofía volvió a la escuela completamente
demacrada. Pálida. Cadavérica. Espectral, ni el maquillaje oscuro en sus ojos
podía disimular su aspecto, ni su profunda tristeza. Aunque todavía era
deliciosa, sexy, inalcanzable, le quedaba tan bien ese cigarrillo en los labios
que fumaba en la esquina de la escuela, sobre todo inalcanzable… Parecía ida,
perdida, con escasas horas de sueño y demasiada vida poco feliz ni saludable
encima. Durante las horas en que permanecía sentada en su banco, solo intentaba
colaborar con el efecto de la cafeína (su talón de Aquiles) y las aspirinas y
no ceder ante la necesidad de descansar, lo cual no estaba ocurriendo.
Siempre llorando en cada rincón, en cada
pasillo, en el baño, en el patio, al lado de un cesto de basura, a veces
durante la clase, llegando a interrumpir al profesor. Partiendo de sus ojos
descendían lágrimas negras, acariciaban sus pómulos e iban a dar a su boca. Fue
en ese periodo de tiempo en que conocí a Sofía, es decir conocerla
verdaderamente. Esa que yacía oculta bajo una imagen no tan dura, menos acida,
un poco más apetecible al paladar de la normalidad.
-Te estuve buscando todos estos días,
¿Dónde estabas?
Su rostro emergió entre esa madeja de
brazos y piernas entrelazados. Sus ojos grandes, negros, lejanos, se hallaban
como si hubiese estado fumando toda la marihuana del mundo, pero no, no ahora
al menos, eso era para algunos momentos nada más, solo para tener un motivo
para reír, aunque venga dentro de un cilindro de papel con droga.
-¿Sabes lo que pasa? –Empezó. -Fíjate
acá, rodeados de gente y nadie sin embargo. Somos seis mil ochocientos millones
de personas en este mundo hipócrita y estamos tan increíblemente solos sin
embargo, no tenemos a nadie, lo cual agiganta aún más la sensación de vacío y
desolación que experimentamos a diario. Al final somos pequeños como un granito de arena en la ciudad. Y lo peor es que es todo
tan increíblemente efímero que de un plumazo pasaron años enteros y mirando
atrás no se alcanza a vislumbrar que hayamos hecho nada por lo que debamos
sentirnos verdaderamente orgullosos; todo es tan igual, todo tan repetido, ya
no queda nada que sea único e irrepetible, la cadena en serie se comió al ser
humano. Yo intento escapar a esa voraz maquinaria de engendrar hegemonía.
-No estás respondiendo a lo que te
pregunté.
-Sos bueno en serio. Anda y pone una
agencia de detectives, te llenas de plata. ¿Qué hacés perdiendo el tiempo en
este antro?
Su rostro volvió a hundirse entre la
totalidad de su humanidad depositada en una gran baldosa.
-Dejame, quiero estar sola.
Intenté abrazarla. Fue en vano.
-Te dije que me dejes pendejo, ¿No entendés?
–Gritó y me dio un empujón que me dejó tirado en el piso. Su voz era dura, áspera,
lejana y tenía contenida una rabia violenta, al igual que su mirada.
Hubiese sido demasiado fácil juzgarla sin
saber, hacer lo que hacen todos. Por ese entonces, en la escuela, circulaba un
rumor (en las escuelas los rumores están a la orden del día) que sugería que
Sofía había sido violada por su padrastro, a quién asesinó luego de perpetrar
la penetración forzada, e intentó quitarse la vida cortándose las venas. Comenzando
a comprender esa misma noche a Sofía, las canciones se sucedían una tras otra,
fuertes, furiosas, dementes y psicodélicas por momentos, la marihuana comenzaba
a hacer efecto y todo en ese entorno cobraba otra dimensión; nunca, por favor nunca te ilusiones conmigo,
no soy para vos, no soy para nadie… soy una montaña rusa de sufrimiento… solo
lograría enloquecerte, los ecos de su voz aun sonaban estridentes,
rebotaban, me entristecían, sentía por momentos impotencia que se transformaba
en odio. Dejame, quiero estar sola… más
impotencia, odio-amor-odio, pero siempre al final aparecía el caprichoso amor.
Si no hay amor que no haya nada entonces.
Creo que estaba enloqueciendo, lo cual le
daría la razón a ella, la razón a una loca,
pensé, o la marihuana era realmente muy buena como me prometieron. La pagué a
un precio alto a un puntero conocido de un compañero de la escuela. Sentenciado
por la estrepitosa sensación de vértigo que proporciona la incertidumbre y el
intenso temor a lo desconocido, comenzaba a adormecerme, de pronto todo se
desvanecía, la realidad caía lentamente, como un telón que se corre y da paso a
otra realidad sobre un escenario, como en la más surrealista de las
alucinaciones. En ese momento Sofía y Pierre eran actores secundarios de la
puesta en escena onírica que de a poco cobraba mayores dimensiones, pero allí
estaban, siempre.
Comenzaban a caer los aviones desde el
cielo hacia el mar, hacia la arena, que ya no era arena y era una balsa donde
estábamos los tres en medio del océano. Ellos no decían ni una sola palabra, de
alguna manera guardaban un silencio trascendental bajo esa lluvia de objetos
voladores suicidas, uno tras otro se estrellaban en el horizonte, uno tras otro
sin nacionalidad, sin bandera, parecía que mi subconsciente rindiera culto a la
desgracia en cada sueño. Un ruido proveniente de la puerta me devolvió
bruscamente a mi habitación y a la música que seguía su curso. En ese preciso
instante es cuando más miedo le tengo a la locura, ahí, cuando el sueño se
vuelve vigilia tan abrupta como arbitrariamente, es que a veces me cuesta
discernir sus límites. Cuando un sueño es tan real ¿Cómo saber reconocerlo como
tal? ¿Cómo comprender que eso no es la realidad?
Caminé unos pocos pasos hasta la puerta. Encontré
un papel que en la oscuridad parecía un collage y luego de encendida la primera
luz (torpemente, cabe destacar, debido a mi narcótico estado), pude verificar
que era una nota hecha con letras recortadas de diarios y revistas todavía frescas,
como en las películas de suspenso, como los grandes villanos:
Te espero en la plaza de siempre… te necesito
No me falles… Sofía
El camino hacia la plaza ahuyentó algunos
miedos, aunque siempre estaba preso de una inseguridad latente, poderosa debido
a la compleja y cambiante idiosincrasia de Sofía. En mi mp3 sonaban algunas
canciones de los Doors que comencé a cantar a viva voz, en un inglés de escasos
recursos y mediocre pronunciación, como si ninguna de las personas que
habitaban las viviendas y los departamentos se hallara durmiendo realmente para
al otro día volver a sus trabajos. ¿Dormirían? ¿Cuántos estarían desvelados?
¿Qué índice de infidelidades se perpetraban en ese preciso instante? Los
efectos de la marihuana comenzaban a disiparse lentamente, un grupo de
prostitutas que ejercían su noble labor en una esquina me ofrecían con
movimientos sensuales y por poco dinero sus servicios.
-¡¡Mañana, chicas!! –Les respondí desde
la otra vereda. A partir de ahí comencé a apurar el paso para no hacer esperar
de más a mi amiga, cantar se convirtió en una operación tan difícil que debí
abandonarla para poder respirar con normalidad, cosa que los vecinos
agradecieron, al igual que el mismísimo Jim Morrison desde donde quiera que se
encuentre. En medio de la plaza emergía una fuente pesimamente iluminada a la
que uno podía acceder por cualquiera de los caminos diagonales que nacían de
las esquinas de la misma. En el borde, sentada con una pierna colgando y la
otra flexionada se ubicaba su agridulce figura, zapatillas de lona con varias
calles caminadas, jeans siempre bien ajustados y una remera de Pink Floyd, esa
con la tapa de Dark Side of the Moon. Su pelo caía por su espalda como una
catarata que moría en su diminuta cintura. Me recibió con un abrazo de
agradecimiento, (al menos eso interpreté) aunque sin decir palabra. Mis ojos
recorrieron en pocos segundos su cuerpo, cada curva, cada declive, creo que
hasta me permití desnudarla lentamente con la mente y protagonizar una película
porno más desmedida y vulgar que lo habitual, todo en los escasos segundos en
que permanecimos como siameses. Ambos nos sentamos en el mismo lugar en que se
hallaba ella antes de mi llegada. Acercándome el paquete me convidó un
cigarrillo negro que acepté casi sin pensarlo, aunque no eran realmente de mi
agrado, tan solo lo hice por cortesía, por no despreciar su convide. No podía
dejar de fantasear con ella una y otra vez mientras el silencio se extendía más
de lo debido. Entre pitada y pitada llegué a la conclusión que debería ser una
verdadera hembra insaciable en la cama, de esas que se mueven tan rápido como
pueden, que demandan sexo duro con alaridos, con los mismos que gritan
obscenidades y cosas completamente bizarras que uno sin dudarlo lleva a cabo,
que piden que le azoten las nalgas mientras aúlla como una loba, que gime que le
gusta así y tal vez que le unten cosas para consumirlas directo de su cuerpo.
Ahora que lo pienso el sexo es algo demasiado bizarro. Placentero pero bizarro.
Empecé a avergonzarme.
No sé cuanto tiempo pasó. Ella seguía sin
hablar, acercó su cabeza hacia mi hombro, rodee su cintura con mi brazo
mientras ella fumaba tranquila su cigarrillo. Mi mano recorría su cadera en
todas las direcciones como me era físicamente posible (actividad de la que
siempre disfruto) y mi mente comenzaba a aclararse ¿Para qué me habrá citado
allí a esa hora? ¿Por qué ahora estaba tan callada? ¿Sería una psicópata? ¿Por
qué vivía con un chino?
-Se lo que estás pensando… -Sofía sonaba
otra vez con ese tono entre dulce-aniñado y resignado pero profético, aunque su
mirada irradiaba dulzura y una falsa inocencia.
-¿Ah sí?
-Sí, tenés más interrogantes que otra
cosa… hay mucho que no entendés, aunque hay mucho que no conoces.
-Sos buena eh. Deberías estudiar
psicología cuando termines la escuela, te harías millonaria.
Su ironía matutina me había dejado la
sangre en el ojo y necesitaba ajusticiar mi autoestima aunque esto,
definitivamente, me costara el amor de Sofía.
Sofía tomo un poco de distancia física
para poder mirarme fijo a los ojos, siempre los de ella tan indescriptiblemente
seductores. Mi respiración se agitaba, estaba arrepintiéndome de lo que dije,
me reproché esas palabras todo el tiempo que duró el nuevo silencio. Una suave
brisa jugaba con su pelo, lo hacía bailar en su rostro, quedaba ahí, danzando
en el viento, lo cual conseguía hacerla mucho más linda, mientras yo sucumbía
sin saber con exactitud que decir ni que hacer, la situación me superaba
notoriamente.
Ella colocó su mano derecha en mi hombro,
con la izquierda acariciaba mi codo, su remera, un tanto pequeña para ella,
cosa que era adrede, también se movilizaba por acción del aire en movimiento,
dejando intermitentemente al descubierto su ombligo.
-Hay días en los que uno necesita
escuchar y otros en los que necesita ser escuchado, hoy
necesito que me escuches.
-Perdoname por lo de recién, pero ¿Por
qué me trataste así esta mañana? No te entiendo.
-Es una especie de mecanismo de defensa,
estoy demasiado acostumbrada a que me defrauden. Tus opciones son dos:
acostúmbrate a eso o dejame sola. Pero si te cite es para que hablemos, no es
necesario que te machaques el cerebro a preguntas, por inevitable que sea.
Dejame responderte sin que preguntes.
-Es que es inevitable, cada vez que estoy
con vos tengo la sensación que hay algo que me estoy perdiendo para entenderte.
En tu casa todo estuvo muy bien, fuiste muy amable conmigo. Salvo…
-¿Salvo?
-Jazmín…
-¿Qué pasa con Jazmín?
-Nada…
-¡¡No mientas!! te pusiste celoso, se te
notaba. Todo por una fantasía… pendejo, hay que tener la mente abierta en la
vida.
-Sí, pero…
-¿Pero qué? Open mind nene…
Estuvimos callados durante un tiempo indefinible,
Sofía cruzo los brazos, ubicó sus manos debajo de sus codos y comenzó a
frotarlos para suavizar el frio que comenzaba a hacerse presente, mientras
mecía su cuerpo de adelante hacia atrás y viceversa para apaciguar la baja
temperatura. Ofrecí un abrigo, un buzo de esos de lana de llama, que aceptó sin
dejar de mirar la lejanía, algún perro que se dormía debajo de una planta o las
ratas trepando las palmeras. Prendió un nuevo cigarrillo, el decimo quinto del
día, me comentó; un nuevo convide de tabaco aceptado, una vez más generando
preguntas que estallaban en mi mente ¿Qué quería? ¿Qué era lo que esperaba de
mí? ¿Me estaba usando? ¿Era una mentirosa que solo quiere llamar la atención
para hacerse ver?
-Vine porque te necesito, yo sé que pasaron
muchos días sin verte. Últimamente sos lo que me mantiene viva, entera, de pie,
a veces necesito la distancia para cuidarte, porque sé que te puedo lastimar,
por eso, si me ves más fría que de costumbre déjame, deja que mi locura fluya,
porque soy una loca, una loca peligrosa. Pero también sabe que te quiero y que
necesito tu persona para estar completa.
Le acaricié la cara, acomodé su pelo
detrás de la oreja, mi abrigo le quedaba bastante grande, sus manos no salían
por las mangas, apenas la punta de los dedos se dejaban ver, lo cual daba una
imagen cercana a la ternura, sus mejillas estaban coloradas y sus ojos negros,
desamparados, buscaban amor. En medio de tanta soledad, de tanta locura en un
mundo, que tal como ella lo había dicho, tan lleno de gente solo para agigantar
la sensación de angustia y desolación personal, se puso a murmurar un riff en
mi menor que me sonaba familiar, sumamente familiar.
-Chicos ¿no tienen un cigarrillo para
convidarme? –dijo un tipo flaco que se apareció de la nada con un dejo de barba
en el rostro, los jeans gastados al igual que sus zapatillas, una botella de
ron en la mano y un morral con un parche de la lengua de los Stones. Sofía
permaneció obnubilada mirándolo; al decir verdad yo también, pero por muy diferentes
motivos, ese era un rostro que no era la primera vez que veía, si hay algo que
no olvido son las caras.
-¿Y vos quien sos? ¿De dónde saliste? –Mis
preguntas eran acusaciones y una invitación a retirarse por donde había venido.
-Disculpa mis modales, mi nombre es Igor,
un gusto conocerlos. Sobre todo a vos princesa. –Se presentó y redoblo la
apuesta. Si este tipo con nombre que me recordaba al mayordomo del Conde Patula
quería caerme mal, lo estaba logrando. Instantáneamente mi amiga solo tenía
ojos para él y su arrogancia disfrazada de buena educación.
-No quisiera ser grosero, pero debido a
tu sentido de la oportunidad, debo decirte que estamos en medio de una
conversación.
-Podemos seguirla en casa. Yo invito unos
tragos.
Perfecto, lo único que faltaba era que
ese monigote plagado de amabilidad salido de las sombras viniera a
interponerse, como si las cosas no fuesen lo suficientemente difíciles por si
solas.
-¿Venís? –dijo Sofía con su habitual
facilidad para conocer extraños mientras se incorporaba como para comenzar a
caminar.
-No, deja, diviértanse.
-Ok, chau nene.
Ella me concluyó su saludo con un beso en
la mejilla e inició el recorrido, el intentó saludarme, por momentos creo que
con genuina cordialidad, aunque yo obvie su saludo con una mirada fulminante,
de un odio acerrimo. Tengo un poco de amor propio y aceptar eso hubiese sido
aceptar el consuelo del vencedor sobre el vencido, entregar mi orgullo a cambio
de nada, orgullo que en el fondo se hacía añicos mientras los miraba irse
sabiendo que nada bueno podía salir de esto.
PROXIMAMENTE EN Ediciones Relax.
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