viernes, 9 de septiembre de 2016

Consecuencias (El Lado Oscuro de Sofía)

PRESENTAMOS EN EXCLUSIVA UN ADELANTO DE LA FLAMANTE RE-EDICIÓN DE LOS TRAUMADITOS, NOVELA URBANA CON ALTAS DOSIS DE PSICODELIA Y SURREALISMO.

      Los últimos meses de vida de Pierre fueron intensos, lo suficiente como para escribir una novela basada pura y exclusivamente en eso. Criado en una familia tradicional y ultraconservadora, desde niño recorrió iglesias de todo tipo y con los personajes más variados en busca de su fe, en busca de algo en que creer. En parte por mandato familiar, su padre había sido pastor de un pequeño templo montado en un salón barrial, después de abrirse de la iglesia evangélica más ortodoxa y en parte por una fuerte necesidad interior, aparte de una personalidad muy débil, se volvió fanático religioso llegando al término de la niñez.
      Reprimido por los estrictos dogmas religiosos que su progenitor impartía con severidad y la educación recibida por su madre, jamás conoció las pequeñas cosas simples de la vida como el placer o el deseo, la tentación o la vida misma. No deseaba si no lo autorizaban a que desease, no gozaba si no lo autorizaban a gozar.
      Pero siempre sin pasarse de la raya.
      Era un verdadero ente, un golem que haría cada cosa que se le pida siempre y cuando lo aprueben las sagradas escrituras y la iglesia.
      Nos conocíamos porque vivíamos en la misma cuadra. Pierre era el típico chico al que iban los matones del barrio a pegarle, a empujarlo, a quitarle sus cosas y a obligarlo a que viniera por ellas. Él iba sin interés, sabía que tarde o temprano terminarían por devolvérselas, pero si no aceptaba la humillación la cosa se ponía espesa de verdad. Si bien nunca atiné a separarlo ni mucho menos a defenderlo, por miedo a represalias en mi contra, siempre hicímos buenas migas. Era el único que se juntaba con él. De hecho estuve un tiempo enamorado de su hermana. En el transcurso de algunos meses iba a su casa con la excusa de verla a Sabrina, hasta me quedé a comer y me atreví  a encabezar la bendición de la mesa familiar para ganar puntos con todos. Ella se me reía en la cara y jamás me dio la más mínima oportunidad, su papá no me quería demasiado y la madre hacía lo que decía su esposo. Fue durante la adolescencia, un tiempo antes de conocer a Sofía.
      Esa mañana gambeteo gente en la plaza como si fuera un Maradona sofocando una biblia debajo de su axila, con la mirada perdida y esquiva. Torció su rumbo del caminito de adoquines entre los árboles y se dirigió hacia donde me encontraba, en un banco de madera, a pocos metros de la calesita, un viejo carrusel con los juegos para los niños despintados, las alas de los aviones desatornilladas y varios caballitos, que por su apariencia, parecían enfermos. 
      Habían transcurrido algunos días sin ver a Sofía. En la escuela estaba como ausente sin aviso y en su casa ni el chino antipático ese que vive con ella se acercó cuando llame a la puerta, mucho menos ella. Golpee con fuerza la puerta y grité su nombre.
      -¡¡Sofía!! ¿Estás bien?
      Por respuesta recibí un silencio desalentador, los vecinos me miraban de lejos, pero cuando quería hablarles apuraban el paso y se iban a esconderse a sus casas.
Por primera vez comencé a analizar fríamente los hechos en torno a esos días que habían transcurrido, eran un puñado de cosas inconexas que no tenían el menor sentido, pero que eran huellas oscuras de algún rincón todavía más oscuro de su alma y de su existencia que dejó para que la siguiera, todo muy de golpe al menos para mí.
      Me encontraba recapitulando todo, mientras observaba a las hormiguitas llevar su alimento al hormiguero, cargar un peso superior varias veces al de su fisonomía cuando Pierre se plantó delante mio. Dejándome oscurecido por su sombra     
      -Dios se me apareció en un sueño y me dio un mensaje –Dijo.
      -¿Qué tipo de mensaje? –Mi pregunta sonaba a sarcasmo.
      -Debo convertir a la humanidad, estamos en vísperas del apocalipsis, toda la creación inmolándose a fin de salvar a los convertidos. Soy un enviado de los cielos, traigo conmigo una extensión del paraíso para convidar aquí en la tierra. Un mensaje no es nada sin un hablante y un oyente que le den sentido, es tan solo un código para el cual soy el vehículo, el nexo entre Dios y los mortales, quien quiera oír que oiga…
      Mis ojos se posicionaron sobre él, no podía creer lo que estaba escuchando. Esperaba el momento en que me dijera es una broma boludo pero ese instante nunca llegó. Sus palabras sonaban convencidas, firmes y no había rastros de duda en su prédica. Era un hecho, en ese instante en que, a unos pasos nuestros, la piedra de ese niño había impactado sobre el cuerpo de ese pájaro quitándole la vida, solo por ese morbo de ver morir a un ser ¿Lo ayudara a comprender la muerte? un anciano movía el alfil con una mano dejando a su contrincante en jaque y con la otra espantaba una abeja de sus ojos, una pareja se besaba, una señora los veía con actitud reprobatoria, tal vez en algún lugar del mundo alguien tenía una pesadilla sobre tigres agresivos, una pareja comenzaba a desnudarse con urgencia y varios niños morían ¿Evitable o inevitablemente? de hambre, todo había cambiado. En algún punto y desconociéndolo, para una cantidad considerable de gente tan anónima como ellos, las cosas no serían lo mismo desde ese instante. Él permanecía indiferente, seguía con una serenidad turbia, aterradora, me recordaba a Charles Manson en una entrevista desde la cárcel que vi en televisión.
      Tragué saliva, por primera vez Pierre me preocupaba.
      La mañana continuaba con su desesperante ritmo, miles de cuerpos inertes acarreando portafolios y morrales más inertes que quienes los llevaban, la voracidad de la especie humana avanzando a tres baldosas en un paso, sudando para llegar temprano a la oficina y cumplir con la miserable vida monótona dictada de antemano ¿Eso era vida? ¿Cazadores o presas? Me recordaban a las hormiguitas que estuve mirando, pero con un sentido propio del canibalismo. Colectivos vomitando y deglutiendo personas en cada esquina, todo mientras aquí, debajo de unas palmeras donde unas palomas armaron su nido, Pierre me observaba con ojos penetrantes, como si tratara de hipnotizarme con la mirada, ignoraba cuanto tiempo había permanecido así; cuando se percató que percibí su fijación, tomó la biblia y comenzó a hojearla, solo por hojearla, solo por intentar disimular, con escasos resultados. Siempre fue un hombre de pocas palabras, ajeno a todo, parecía como si no estuviera allí, taciturno por momentos.
      -Me voy a propagar la nueva fe –dijo y con su habitual serenidad partió rumbo hacia la humanidad.
      No volví a tener contacto personal con él.
      Nunca más.

      Sofía volvió a la escuela completamente demacrada. Pálida. Cadavérica. Espectral, ni el maquillaje oscuro en sus ojos podía disimular su aspecto, ni su profunda tristeza. Aunque todavía era deliciosa, sexy, inalcanzable, le quedaba tan bien ese cigarrillo en los labios que fumaba en la esquina de la escuela, sobre todo inalcanzable… Parecía ida, perdida, con escasas horas de sueño y demasiada vida poco feliz ni saludable encima. Durante las horas en que permanecía sentada en su banco, solo intentaba colaborar con el efecto de la cafeína (su talón de Aquiles) y las aspirinas y no ceder ante la necesidad de descansar, lo cual no estaba ocurriendo.
      Siempre llorando en cada rincón, en cada pasillo, en el baño, en el patio, al lado de un cesto de basura, a veces durante la clase, llegando a interrumpir al profesor. Partiendo de sus ojos descendían lágrimas negras, acariciaban sus pómulos e iban a dar a su boca. Fue en ese periodo de tiempo en que conocí a Sofía, es decir conocerla verdaderamente. Esa que yacía oculta bajo una imagen no tan dura, menos acida, un poco más apetecible al paladar de la normalidad.
      -Te estuve buscando todos estos días, ¿Dónde estabas?
      Su rostro emergió entre esa madeja de brazos y piernas entrelazados. Sus ojos grandes, negros, lejanos, se hallaban como si hubiese estado fumando toda la marihuana del mundo, pero no, no ahora al menos, eso era para algunos momentos nada más, solo para tener un motivo para reír, aunque venga dentro de un cilindro de papel con droga.
      -¿Sabes lo que pasa? –Empezó. -Fíjate acá, rodeados de gente y nadie sin embargo. Somos seis mil ochocientos millones de personas en este mundo hipócrita y estamos tan increíblemente solos sin embargo, no tenemos a nadie, lo cual agiganta aún más la sensación de vacío y desolación que experimentamos a diario. Al final somos pequeños como un granito de arena en la ciudad. Y lo peor es que es todo tan increíblemente efímero que de un plumazo pasaron años enteros y mirando atrás no se alcanza a vislumbrar que hayamos hecho nada por lo que debamos sentirnos verdaderamente orgullosos; todo es tan igual, todo tan repetido, ya no queda nada que sea único e irrepetible, la cadena en serie se comió al ser humano. Yo intento escapar a esa voraz maquinaria de engendrar hegemonía.
      -No estás respondiendo a lo que te pregunté.
      -Sos bueno en serio. Anda y pone una agencia de detectives, te llenas de plata. ¿Qué hacés perdiendo el tiempo en este antro?
      Su rostro volvió a hundirse entre la totalidad de su humanidad depositada en una gran baldosa.
      -Dejame, quiero estar sola.
      Intenté abrazarla. Fue en vano.
      -Te dije que me dejes pendejo, ¿No entendés? –Gritó y me dio un empujón que me dejó tirado en el piso. Su voz era dura, áspera, lejana y tenía contenida una rabia violenta, al igual que su mirada.
      Hubiese sido demasiado fácil juzgarla sin saber, hacer lo que hacen todos. Por ese entonces, en la escuela, circulaba un rumor (en las escuelas los rumores están a la orden del día) que sugería que Sofía había sido violada por su padrastro, a quién asesinó luego de perpetrar la penetración forzada, e intentó quitarse la vida cortándose las venas. Comenzando a comprender esa misma noche a Sofía, las canciones se sucedían una tras otra, fuertes, furiosas, dementes y psicodélicas por momentos, la marihuana comenzaba a hacer efecto y todo en ese entorno cobraba otra dimensión; nunca, por favor nunca te ilusiones conmigo, no soy para vos, no soy para nadie… soy una montaña rusa de sufrimiento… solo lograría enloquecerte, los ecos de su voz aun sonaban estridentes, rebotaban, me entristecían, sentía por momentos impotencia que se transformaba en odio. Dejame, quiero estar sola… más impotencia, odio-amor-odio, pero siempre al final aparecía el caprichoso amor. Si no hay amor que no haya nada entonces.
      Creo que estaba enloqueciendo, lo cual le daría la razón a ella, la razón a una loca, pensé, o la marihuana era realmente muy buena como me prometieron. La pagué a un precio alto a un puntero conocido de un compañero de la escuela. Sentenciado por la estrepitosa sensación de vértigo que proporciona la incertidumbre y el intenso temor a lo desconocido, comenzaba a adormecerme, de pronto todo se desvanecía, la realidad caía lentamente, como un telón que se corre y da paso a otra realidad sobre un escenario, como en la más surrealista de las alucinaciones. En ese momento Sofía y Pierre eran actores secundarios de la puesta en escena onírica que de a poco cobraba mayores dimensiones, pero allí estaban, siempre.
      Comenzaban a caer los aviones desde el cielo hacia el mar, hacia la arena, que ya no era arena y era una balsa donde estábamos los tres en medio del océano. Ellos no decían ni una sola palabra, de alguna manera guardaban un silencio trascendental bajo esa lluvia de objetos voladores suicidas, uno tras otro se estrellaban en el horizonte, uno tras otro sin nacionalidad, sin bandera, parecía que mi subconsciente rindiera culto a la desgracia en cada sueño. Un ruido proveniente de la puerta me devolvió bruscamente a mi habitación y a la música que seguía su curso. En ese preciso instante es cuando más miedo le tengo a la locura, ahí, cuando el sueño se vuelve vigilia tan abrupta como arbitrariamente, es que a veces me cuesta discernir sus límites. Cuando un sueño es tan real ¿Cómo saber reconocerlo como tal? ¿Cómo comprender que eso no es la realidad?
      Caminé unos pocos pasos hasta la puerta. Encontré un papel que en la oscuridad parecía un collage y luego de encendida la primera luz (torpemente, cabe destacar, debido a mi narcótico estado), pude verificar que era una nota hecha con letras recortadas de diarios y revistas todavía frescas, como en las películas de suspenso, como los grandes villanos:

Te espero en la plaza de siempre… te necesito
No me falles… Sofía

      El camino hacia la plaza ahuyentó algunos miedos, aunque siempre estaba preso de una inseguridad latente, poderosa debido a la compleja y cambiante idiosincrasia de Sofía. En mi mp3 sonaban algunas canciones de los Doors que comencé a cantar a viva voz, en un inglés de escasos recursos y mediocre pronunciación, como si ninguna de las personas que habitaban las viviendas y los departamentos se hallara durmiendo realmente para al otro día volver a sus trabajos. ¿Dormirían? ¿Cuántos estarían desvelados? ¿Qué índice de infidelidades se perpetraban en ese preciso instante? Los efectos de la marihuana comenzaban a disiparse lentamente, un grupo de prostitutas que ejercían su noble labor en una esquina me ofrecían con movimientos sensuales y por poco dinero sus servicios.
      -¡¡Mañana, chicas!! –Les respondí desde la otra vereda. A partir de ahí comencé a apurar el paso para no hacer esperar de más a mi amiga, cantar se convirtió en una operación tan difícil que debí abandonarla para poder respirar con normalidad, cosa que los vecinos agradecieron, al igual que el mismísimo Jim Morrison desde donde quiera que se encuentre. En medio de la plaza emergía una fuente pesimamente iluminada a la que uno podía acceder por cualquiera de los caminos diagonales que nacían de las esquinas de la misma. En el borde, sentada con una pierna colgando y la otra flexionada se ubicaba su agridulce figura, zapatillas de lona con varias calles caminadas, jeans siempre bien ajustados y una remera de Pink Floyd, esa con la tapa de Dark Side of the Moon. Su pelo caía por su espalda como una catarata que moría en su diminuta cintura. Me recibió con un abrazo de agradecimiento, (al menos eso interpreté) aunque sin decir palabra. Mis ojos recorrieron en pocos segundos su cuerpo, cada curva, cada declive, creo que hasta me permití desnudarla lentamente con la mente y protagonizar una película porno más desmedida y vulgar que lo habitual, todo en los escasos segundos en que permanecimos como siameses. Ambos nos sentamos en el mismo lugar en que se hallaba ella antes de mi llegada. Acercándome el paquete me convidó un cigarrillo negro que acepté casi sin pensarlo, aunque no eran realmente de mi agrado, tan solo lo hice por cortesía, por no despreciar su convide. No podía dejar de fantasear con ella una y otra vez mientras el silencio se extendía más de lo debido. Entre pitada y pitada llegué a la conclusión que debería ser una verdadera hembra insaciable en la cama, de esas que se mueven tan rápido como pueden, que demandan sexo duro con alaridos, con los mismos que gritan obscenidades y cosas completamente bizarras que uno sin dudarlo lleva a cabo, que piden que le azoten las nalgas mientras aúlla como una loba, que gime que le gusta así y tal vez que le unten cosas para consumirlas directo de su cuerpo. Ahora que lo pienso el sexo es algo demasiado bizarro. Placentero pero bizarro. Empecé a avergonzarme.
      No sé cuanto tiempo pasó. Ella seguía sin hablar, acercó su cabeza hacia mi hombro, rodee su cintura con mi brazo mientras ella fumaba tranquila su cigarrillo. Mi mano recorría su cadera en todas las direcciones como me era físicamente posible (actividad de la que siempre disfruto) y mi mente comenzaba a aclararse ¿Para qué me habrá citado allí a esa hora? ¿Por qué ahora estaba tan callada? ¿Sería una psicópata? ¿Por qué vivía con un chino?
      -Se lo que estás pensando… -Sofía sonaba otra vez con ese tono entre dulce-aniñado y resignado pero profético, aunque su mirada irradiaba dulzura y una falsa inocencia.
      -¿Ah sí?
      -Sí, tenés más interrogantes que otra cosa… hay mucho que no entendés, aunque hay mucho que no conoces.
      -Sos buena eh. Deberías estudiar psicología cuando termines la escuela, te harías millonaria.
      Su ironía matutina me había dejado la sangre en el ojo y necesitaba ajusticiar mi autoestima aunque esto, definitivamente, me costara el amor de Sofía.     
      Sofía tomo un poco de distancia física para poder mirarme fijo a los ojos, siempre los de ella tan indescriptiblemente seductores. Mi respiración se agitaba, estaba arrepintiéndome de lo que dije, me reproché esas palabras todo el tiempo que duró el nuevo silencio. Una suave brisa jugaba con su pelo, lo hacía bailar en su rostro, quedaba ahí, danzando en el viento, lo cual conseguía hacerla mucho más linda, mientras yo sucumbía sin saber con exactitud que decir ni que hacer, la situación me superaba notoriamente.
      Ella colocó su mano derecha en mi hombro, con la izquierda acariciaba mi codo, su remera, un tanto pequeña para ella, cosa que era adrede, también se movilizaba por acción del aire en movimiento, dejando intermitentemente al descubierto su ombligo.
      -Hay días en los que uno necesita escuchar y otros en los que necesita ser escuchado, hoy necesito que me escuches.
      -Perdoname por lo de recién, pero ¿Por qué me trataste así esta mañana? No te entiendo.
      -Es una especie de mecanismo de defensa, estoy demasiado acostumbrada a que me defrauden. Tus opciones son dos: acostúmbrate a eso o dejame sola. Pero si te cite es para que hablemos, no es necesario que te machaques el cerebro a preguntas, por inevitable que sea. Dejame responderte sin que preguntes.
      -Es que es inevitable, cada vez que estoy con vos tengo la sensación que hay algo que me estoy perdiendo para entenderte. En tu casa todo estuvo muy bien, fuiste muy amable conmigo. Salvo…
      -¿Salvo?
      -Jazmín…
      -¿Qué pasa con Jazmín?
      -Nada…
      -¡¡No mientas!! te pusiste celoso, se te notaba. Todo por una fantasía… pendejo, hay que tener la mente abierta en la vida.
      -Sí, pero…
      -¿Pero qué? Open mind nene…
      Estuvimos callados durante un tiempo indefinible, Sofía cruzo los brazos, ubicó sus manos debajo de sus codos y comenzó a frotarlos para suavizar el frio que comenzaba a hacerse presente, mientras mecía su cuerpo de adelante hacia atrás y viceversa para apaciguar la baja temperatura. Ofrecí un abrigo, un buzo de esos de lana de llama, que aceptó sin dejar de mirar la lejanía, algún perro que se dormía debajo de una planta o las ratas trepando las palmeras. Prendió un nuevo cigarrillo, el decimo quinto del día, me comentó; un nuevo convide de tabaco aceptado, una vez más generando preguntas que estallaban en mi mente ¿Qué quería? ¿Qué era lo que esperaba de mí? ¿Me estaba usando? ¿Era una mentirosa que solo quiere llamar la atención para hacerse ver?
      -Vine porque te necesito, yo sé que pasaron muchos días sin verte. Últimamente sos lo que me mantiene viva, entera, de pie, a veces necesito la distancia para cuidarte, porque sé que te puedo lastimar, por eso, si me ves más fría que de costumbre déjame, deja que mi locura fluya, porque soy una loca, una loca peligrosa. Pero también sabe que te quiero y que necesito tu persona para estar completa.
      Le acaricié la cara, acomodé su pelo detrás de la oreja, mi abrigo le quedaba bastante grande, sus manos no salían por las mangas, apenas la punta de los dedos se dejaban ver, lo cual daba una imagen cercana a la ternura, sus mejillas estaban coloradas y sus ojos negros, desamparados, buscaban amor. En medio de tanta soledad, de tanta locura en un mundo, que tal como ella lo había dicho, tan lleno de gente solo para agigantar la sensación de angustia y desolación personal, se puso a murmurar un riff en mi menor que me sonaba familiar, sumamente familiar.
      -Chicos ¿no tienen un cigarrillo para convidarme? –dijo un tipo flaco que se apareció de la nada con un dejo de barba en el rostro, los jeans gastados al igual que sus zapatillas, una botella de ron en la mano y un morral con un parche de la lengua de los Stones. Sofía permaneció obnubilada mirándolo; al decir verdad yo también, pero por muy diferentes motivos, ese era un rostro que no era la primera vez que veía, si hay algo que no olvido son las caras.
     -¿Y vos quien sos? ¿De dónde saliste? –Mis preguntas eran acusaciones y una invitación a retirarse por donde había venido.
     -Disculpa mis modales, mi nombre es Igor, un gusto conocerlos. Sobre todo a vos princesa. –Se presentó y redoblo la apuesta. Si este tipo con nombre que me recordaba al mayordomo del Conde Patula quería caerme mal, lo estaba logrando. Instantáneamente mi amiga solo tenía ojos para él y su arrogancia disfrazada de buena educación.
      -No quisiera ser grosero, pero debido a tu sentido de la oportunidad, debo decirte que estamos en medio de una conversación. 
      -Podemos seguirla en casa. Yo invito unos tragos.
      Perfecto, lo único que faltaba era que ese monigote plagado de amabilidad salido de las sombras viniera a interponerse, como si las cosas no fuesen lo suficientemente difíciles por si solas.
      -¿Venís? –dijo Sofía con su habitual facilidad para conocer extraños mientras se incorporaba como para comenzar a caminar.
      -No, deja, diviértanse.
      -Ok, chau nene.
      Ella me concluyó su saludo con un beso en la mejilla e inició el recorrido, el intentó saludarme, por momentos creo que con genuina cordialidad, aunque yo obvie su saludo con una mirada fulminante, de un odio acerrimo. Tengo un poco de amor propio y aceptar eso hubiese sido aceptar el consuelo del vencedor sobre el vencido, entregar mi orgullo a cambio de nada, orgullo que en el fondo se hacía añicos mientras los miraba irse sabiendo que nada bueno podía salir de esto.

PROXIMAMENTE EN Ediciones Relax.


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