lunes, 13 de junio de 2016

Crímenes Perfectos - Capítulo III

Tengo insomnio.
Siempre tengo insomnio.
A veces siento mareos, no tengo forma de saber si se deben a alguna falla de mi organismo, si es por el pánico, por una baja de presión, por el insomnio, o porque una tragedia está por venir. Simplemente me mareo. Miro el lugar colmado. Esta vez no hay blancos en la parte trasera, realmente no cabe un alfiler. Los cuerpos chocan entre sí luchando por mantenerse en pie, aunque no hay espacio para caerse, inevitablemente se chocaría con otro cuerpo que impediría la caída. Los hombres ya están en cuero con sus torsos bañados en sudor. Algunas mujeres hacen lo mismo solo que lucen una bikini sentadas sobre los hombros de algún amigo. Hay humo porque tenemos una de esas máquinas que tiran humo, y pienso que tal vez no sea buena idea. Los más fieles y fanáticos están hace horas aferrados a la baranda de seguridad, una primera fila incómoda, solo la muerte haría que soltaran esa baranda. Son los primeros en gritar cuando la moto acelerando que abrirá el show comienza a sonar, y son los primeros en gritar “vamos Lole”, cuando ella hace sonar los tambores que anuncian el corte que dará rienda suelta a la pegadiza melodía de Moves Hot.
Estoy mareado, me cuesta respirar y la imagen de Ángela agonizando se me repite en mi retina una y otra vez. Me siento un mártir. Tengo que hacer algo que no quiero para evitar un mal mayor. Se me vienen a la mente también las imágenes de la represión policial en las afueras. Por inercia, azar y suerte, mis dedos tocan el teclado justo a tiempo. Comienza la melodía principal y como  ocurrió en Córdoba no escucho absolutamente nada. La gente canta y salta, no le importa que Ton no tire octavas en su bajo, que Braian no use efectos en sus guitarras, que Lole meta platillos donde no van. A la gente no le importa que la mujer que amo pueda morir de un momento a otro, ni que la justicia federal nos separe. A la gente no le importa que los hayan cagado a palos afuera, ellos creen que valió la pena.
Con la adrenalina en niveles más bajos comenzamos a tocar la segunda canción, una joyita según la prensa especializada, Vampire’s Blues suena relativamente bien, es una canción larga, con varios cambios, y no nos caracterizamos por ensayar mucho. Confiamos en nuestras limitadas aptitudes artísticas, recuerdo en plena canción mi etapa de estudiante, jamás estudié, de hecho en algunas materias ni siquiera tenía carpeta. Me alcanzaba con prestar atención en clase, o repasar una noche antes de los exámenes para aprobar. Claro que no tuve un promedio de diez, pero me las ingeniaba para aprobar, utilizaba el tiempo de estudio en otras cuestiones mucho más importante para mi existencia, leer a Sábato, estudiar el renacimiento, escuchar blues, dibujar, escribir. Pienso en la primera canción que compuse, un country en La Menor, y pienso que casi veinte años después aun continúo componiendo en La Menor, de progreso simplemente las ganas, pero cuando se hace de las limitaciones una virtud, la honestidad del proyecto es más fuerte, y por ende, también la calidad. Sonrío sabiendo que los grandes clásicos de la música están compuestas en esa misma tonalidad y me consuelo, solo, como un tonto.
Cuando vuelvo en mí es demasiado tarde, le erré de nota y me perdí. Bauer salva la papas con un arreglo de guitarra interesante a la vez que Lole viaja por su batería como si supiera, caemos los tres juntos y la gente explota, hasta damos la sensación de haber ensayado nuevas versiones, distintas a la de los discos.
Hago un chiste machista que festejan hasta las mujeres del público. Me ovacionan. Escucho del fondo del escenario un insulto que viene de Dolores, digo algo así como que “la abuelita” quiere poner orden, todos me celebran las palabras, me aplauden y Lole queda en ridículo.
La banda cada tanto se pierde. La gente no se da cuenta porque en realidad no nos están escuchando. Una vez John Lennon dijo que “no vinieron a escuchar a The Beatles, vinieron a ver a The Beatles”, algo así estaba aconteciendo en ese momento. Al público prácticamente no le importaba lo que sucedía sobre el escenario, el show eran ellos mismos saltando, cantando, tirando bengalas, humo, el público tiene un ego demasiado grande, compite contra otros públicos de otras bandas, y entonces ya no importa si el grupo musical en cuestión es bueno o malo, mientras ellos demuestren que tienen aguante, y que no paran de gritar un segundo. Me pregunto durante el puente de alguna canción, previo al estribillo que hará explotar a los fans, cual es el sentido de componer melodías a tres voces, hacer arreglos de cuerdas, enloquecer frente a un piano, derretir mi cerebro para que todas las canciones queden presentables, sufrir el pánico previo a cada salida de disco creyendo que todas las canciones son feas, discutir y pelear con los demás en los ensayos, las pruebas de sonido, y todo para nada, porque al final de cuentas nada de eso importa, solo importa que la batería marque el bombo en negra y la gente se encarga del resto.
Me pierdo en mis pensamientos, odio literalmente al público que no me aprecia, me pierdo en la canción, le erro de acorde, pifio también la melodía, estoy en cualquier lado, Braian trata de salvar las papas nuevamente con un solo de guitarra, Lole hace un arreglo interminable con su redoblante para darme tiempo a reaccionar, pero estoy demasiado perdido, ni siquiera sé que tema estamos tocando. Siento bronca e impotencia. Los quiero mandar a todos a la mierda y decirles que no entienden nada. Siento presión en el pecho y el ataque de pánico es inminente. Pienso en Ángela y necesito refugiarme en sus brazos, solo ella me calma en esos momentos, siempre me dice “no dramatices”, y los patitos regresan a su lugar, vuelvo a respirar con normalidad. Pero ella no está.
Bauer se acerca a mí y me dice al oído que “esto no da para más”, la canción ya no tiene arreglo, no hay forma de volver a la armonía y melodía, estamos fuera de tiempo, Lole y Ton, inclusive, ya dejaron de tocar hace un par de compases. El micrófono está abierto y todos escuchan la frase que increíblemente pasará a la historia, el público aplaude, celebra, festeja, con el tiempo se harían banderas con esas palabras, se estamparían remeras, una locura demencial.
Dejamos de tocar. Lole me putea desde el fondo. Me doy vuelta y le digo que si Ángela estuviese acá esto no habría pasado. La culpo a ella por la ausencia de mi chica. Me señala con el palillo de la batería y no alcanzo a oír lo que me dice, pero sé que no son piropos ni cariñitos. Solo para provocarla toco en mi teclado los acordes de Represión, el emblemático tema de los Violadores. Lole explota.
-No le festejen todo chicos, pasaron cosas graves afuera, hay gente internada – dice desde su micrófono.
La gente obedece y se calla. Yo estallo. Me doy vuelta y le grito que no se meta, que es mi banda y por ende mi público.  Ella parece no inmutarse, y con un suave “paramos cinco minutos chicos, ya volvemos” se retira del escenario directo a los camarines. Yo corro tras ella con todas las intenciones de matarla, o al menos golpearla con brutalidad. La gente de seguridad me detiene a tiempo. Lole me mira desde el rincón asustada, jamás se imaginó que mi reacción podría ser esa.
Finalmente luego de varios minutos de interminables insultos y empujones me calmo, me tranquilizo. Rompo en llanto y Dolores no tiene otra alternativa que consolarme, yo sé que en el fondo me entiende, y que es solo cuestión de tiempo para que esta bronca que hay entre los dos se apacigüe. Me pregunta si puedo quedarme solo un par de minutos, le digo que sí. Ella se aleja y habla desde su celular con alguien, lo hace en voz baja. Escucho al público impacientarse. Cantan que si no salimos de nuevo se va a armar quilombo, putean a la policía, a Pappo, comienzan los silbidos y aplausos y el aire se enrarece, todo se torna más tenso. Dolores se me acerca y me pasa el celular para que hable.
-Hola amor, ¿qué pasó? – del otro lado Ángela suena más dulce que nunca, y la paz regresa a mí, y si afuera la gente se mata ya deja de ser mi problema.
Ángela me dice que está bien, que ya pasó lo peor, que no le importan las vueltas legales que su familia pueda llegar a hacer, que ella va a estar siempre conmigo, que lo que le pasó fue solo un susto, que me necesita a su lado para poder mejorarse, y varias mentiras más, sé que me está mintiendo, pero me genera ternura que mienta así para hacerme sentir bien. Uno no miente por cualquiera, miente por alguien a quien quiere, las mentiras piadosas encierran en sí un amor incondicional. Vuelvo a pensar por mí mismo, regreso a la realidad. El zumbido desaparece y todo vuelve a ser normal.
-Tenemos que salir – me susurra Dolores apoyando su mano contra mi hombro. Asiento.
Regresamos a escena bajo una lluvia de aplausos. El público coreó mi nombre hasta que los interrumpimos con los acordes de Lucy Goes, una bonita canción con un estribillo pegadizo con destino de hit radial.
De repente todo eso que tanto odiaba ahora lo disfruto. Ese es el poder de Ángela sobre mí, y tengo tiempo de alejarme mentalmente a un tema de Javier Calamaro, donde afirma que “el poder que tenés sobre mí ya me aleja de la oscuridad”, y entonces la gente saltando y cantando ya no me molesta, ya no me importa que no nos estén escuchando, somos la excusa perfecta para que esa gente pase un buen momento, somos mártires que sufren para que otros sean felices, y eso en el fondo me reconforta. Arengo al público diciéndoles que qué les pasa que están tan cansados, y por una cuestión de mero orgullo los cantos se intensifican, y nadie se atreve a permanecer quieto por temor a ser tildado de pecho frío o careta. Cuando las luces los iluminan puedo ver las sonrisas en sus rostros, algunos viajaron desde muy lejos, están sin dormir, sin comer, afuera la policía los cagó a palos, y aun así están felices. Ángela puede hacerme ver el lado positivo de las cosas. Gracias a ella puedo ver y disfrutar la belleza del caos, ella me hace sentir que “sacar belleza de este caos es virtud”.
Al tocar la canción Cowgirl todo se desmadró, esa es una canción que compuse para Ángela, para que pudiera mantener el ritmo al compás del bombo en negra en 128 BPM, sé que le gustó, y se tomó con humor el título del tema, que hace referencia a su postura favorita.
-Hago el amor a 128 BPM – se ríe cuando está de buen humor, y verla reír es hermoso, es, simplemente, “una copa de la mejor cuando se ríe”.
La mayoría de las mujeres presentes se quitaron las remeras y sostenes, dejando sus pechos al aire, cabalgando sobre los hombres de los hombros que las sostenían. ¿El problema? Algunas eran menores de edad, y además había un fiscal actuando de oficio, quien no tardaría en denunciarme por incentivar a la promiscuidad y obscenidades en público. Así de al pedo está la justicia en Argentina.
El show terminó con el himno Warsaw, coreado por todos con los encendedores en alto haciendo flamear las llamas, y Whisky puso punto final a la velada.
El regreso al hotel fue similar al de nuestro show pasado. Bauer se fue con una hermosa rubia, Ton sacaba punta a sus lápices porque había conseguido dos chicas que posarían para él, Dolores y su pasajera pareja se fueron sin despedirse despertando los ratones de todos los presentes.
En el hotel me esperaba una inmensa guardia de periodistas a los que ignoré por completo a sabiendas que no tardarían en carnearme en vivo desde sus respectivos programas. Mi habitación estaba extrañamente ordenada, fría, oscura y solitaria. Envié un par de mensajes a Ángela pero no obtuve respuesta a pesar de ver que los mensajes habían sido recibidos y leídos.
Siempre llevo conmigo cuando viajo un ejemplar de Sobre Héroes y Tumbas o El Túnel que leo aleatoriamente en la página que caiga al abrir el libro, la literatura es una buena medicina para dormir. Claro que con el grado de insomnio avanzado que poseo las páginas se suceden una tras otra y el sueño no llega. Reflexiono sobre las novelas de Sábato, en El Túnel mata a la mujer que ama, y en Sobre Héroes y Tumbas muere la mujer que amamos todos. Pienso en Ángela. ¿Qué estaría haciendo? ¿Qué pensaría? ¿Estaría soñando?
Me doy cuenta que no puedo vivir sin ella, y eso es un problema. Nuevamente Calamaro regresa a mí con su doloroso “ella no va a volver y la pena me empieza a crecer adentro”, no hay plan B. Es ella o ninguna, básicamente porque no existe otra persona capaz de soportarme, digamos, yo podría enamorarme de miles de mujeres más, pero ninguna de esas miles concretaría un amor real hacia mí. Pero al hacer esa reflexión interna pienso que nada me garantiza que Ángela sí sienta amor por mí.
Soy mi propio verdugo. Soy el prisionero bajo la guillotina y el hombre en cuero con una capucha negra en la cabeza. Soy el pez, la boca y el anzuelo. Siempre supe, o al menos sospeché, que al final solo seriamos mi mente y yo. Mi poema Silencio Estampado pudo haber funcionado en su momento como algo visionario, “¿Soy yo en tu cuerpo o vos en mi mente?”, para el caso es lo mismo. Me encontraba solo por mis propios actos. Abandonado. Frustrado. Con culpa.
Ángela es una tentación constante, tenerla ebria o drogada solo para mí es un acto de egoísmo sin precedentes. Ella es una mujer libre y eso me altera, me desacomoda la estantería, odio su libertad. Escribo en mi libreta de poemas “cuidado nena, se te enfría en corazón con tanta libertad”, algún día eso será un poema completo.
La única forma de tenerla conmigo es haciéndole daño, y eso casi la lleva a la muerte en un par de ocasiones. Soy el autor intelectual de estos crímenes perfectos, y sin darme cuenta, también soy víctima de ellos.


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