Tengo
insomnio.
Siempre
tengo insomnio.
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Estoy
mareado, me cuesta respirar y la imagen de Ángela agonizando se me repite en mi
retina una y otra vez. Me siento un mártir. Tengo que hacer algo que no quiero
para evitar un mal mayor. Se me vienen a la mente también las imágenes de la
represión policial en las afueras. Por inercia, azar y suerte, mis dedos tocan
el teclado justo a tiempo. Comienza la melodía principal y como ocurrió en Córdoba no escucho absolutamente
nada. La gente canta y salta, no le importa que Ton no tire octavas en su bajo,
que Braian no use efectos en sus guitarras, que Lole meta platillos donde no
van. A la gente no le importa que la mujer que amo pueda morir de un momento a
otro, ni que la justicia federal nos separe. A la gente no le importa que los
hayan cagado a palos afuera, ellos creen que valió la pena.
Con la
adrenalina en niveles más bajos comenzamos a tocar la segunda canción, una
joyita según la prensa especializada, Vampire’s Blues suena relativamente bien,
es una canción larga, con varios cambios, y no nos caracterizamos por ensayar
mucho. Confiamos en nuestras limitadas aptitudes artísticas, recuerdo en plena
canción mi etapa de estudiante, jamás estudié, de hecho en algunas materias ni
siquiera tenía carpeta. Me alcanzaba con prestar atención en clase, o repasar
una noche antes de los exámenes para aprobar. Claro que no tuve un promedio de
diez, pero me las ingeniaba para aprobar, utilizaba el tiempo de estudio en
otras cuestiones mucho más importante para mi existencia, leer a Sábato,
estudiar el renacimiento, escuchar blues, dibujar, escribir. Pienso en la
primera canción que compuse, un country en La Menor, y pienso que casi veinte
años después aun continúo componiendo en La Menor, de progreso simplemente las
ganas, pero cuando se hace de las limitaciones una virtud, la honestidad del
proyecto es más fuerte, y por ende, también la calidad. Sonrío sabiendo que los
grandes clásicos de la música están compuestas en esa misma tonalidad y me
consuelo, solo, como un tonto.
Cuando
vuelvo en mí es demasiado tarde, le erré de nota y me perdí. Bauer salva la
papas con un arreglo de guitarra interesante a la vez que Lole viaja por su
batería como si supiera, caemos los tres juntos y la gente explota, hasta damos
la sensación de haber ensayado nuevas versiones, distintas a la de los discos.
Hago un
chiste machista que festejan hasta las mujeres del público. Me ovacionan.
Escucho del fondo del escenario un insulto que viene de Dolores, digo algo así
como que “la abuelita” quiere poner orden, todos me celebran las palabras, me
aplauden y Lole queda en ridículo.
La banda
cada tanto se pierde. La gente no se da cuenta porque en realidad no nos están
escuchando. Una vez John Lennon dijo que “no vinieron a escuchar a The Beatles,
vinieron a ver a The Beatles”, algo así estaba aconteciendo en ese momento. Al
público prácticamente no le importaba lo que sucedía sobre el escenario, el
show eran ellos mismos saltando, cantando, tirando bengalas, humo, el público
tiene un ego demasiado grande, compite contra otros públicos de otras bandas, y
entonces ya no importa si el grupo musical en cuestión es bueno o malo,
mientras ellos demuestren que tienen aguante, y que no paran de gritar un
segundo. Me pregunto durante el puente de alguna canción, previo al estribillo
que hará explotar a los fans, cual es el sentido de componer melodías a tres
voces, hacer arreglos de cuerdas, enloquecer frente a un piano, derretir mi
cerebro para que todas las canciones queden presentables, sufrir el pánico
previo a cada salida de disco creyendo que todas las canciones son feas,
discutir y pelear con los demás en los ensayos, las pruebas de sonido, y todo
para nada, porque al final de cuentas nada de eso importa, solo importa que la
batería marque el bombo en negra y la gente se encarga del resto.
Me
pierdo en mis pensamientos, odio literalmente al público que no me aprecia, me
pierdo en la canción, le erro de acorde, pifio también la melodía, estoy en
cualquier lado, Braian trata de salvar las papas nuevamente con un solo de
guitarra, Lole hace un arreglo interminable con su redoblante para darme tiempo
a reaccionar, pero estoy demasiado perdido, ni siquiera sé que tema estamos
tocando. Siento bronca e impotencia. Los quiero mandar a todos a la mierda y
decirles que no entienden nada. Siento presión en el pecho y el ataque de pánico
es inminente. Pienso en Ángela y necesito refugiarme en sus brazos, solo ella
me calma en esos momentos, siempre me dice “no dramatices”, y los patitos
regresan a su lugar, vuelvo a respirar con normalidad. Pero ella no está.
Bauer se
acerca a mí y me dice al oído que “esto no da para más”, la canción ya no tiene
arreglo, no hay forma de volver a la armonía y melodía, estamos fuera de
tiempo, Lole y Ton, inclusive, ya dejaron de tocar hace un par de compases. El
micrófono está abierto y todos escuchan la frase que increíblemente pasará a la
historia, el público aplaude, celebra, festeja, con el tiempo se harían
banderas con esas palabras, se estamparían remeras, una locura demencial.
Dejamos
de tocar. Lole me putea desde el fondo. Me doy vuelta y le digo que si Ángela
estuviese acá esto no habría pasado. La culpo a ella por la ausencia de mi
chica. Me señala con el palillo de la batería y no alcanzo a oír lo que me
dice, pero sé que no son piropos ni cariñitos. Solo para provocarla toco en mi
teclado los acordes de Represión, el emblemático tema de los Violadores. Lole
explota.
-No le festejen todo chicos, pasaron cosas graves
afuera, hay gente internada – dice desde su micrófono.
La gente
obedece y se calla. Yo estallo. Me doy vuelta y le grito que no se meta, que es
mi banda y por ende mi público. Ella
parece no inmutarse, y con un suave “paramos cinco minutos chicos, ya volvemos”
se retira del escenario directo a los camarines. Yo corro tras ella con todas
las intenciones de matarla, o al menos golpearla con brutalidad. La gente de
seguridad me detiene a tiempo. Lole me mira desde el rincón asustada, jamás se
imaginó que mi reacción podría ser esa.
Finalmente
luego de varios minutos de interminables insultos y empujones me calmo, me
tranquilizo. Rompo en llanto y Dolores no tiene otra alternativa que
consolarme, yo sé que en el fondo me entiende, y que es solo cuestión de tiempo
para que esta bronca que hay entre los dos se apacigüe. Me pregunta si puedo
quedarme solo un par de minutos, le digo que sí. Ella se aleja y habla desde su
celular con alguien, lo hace en voz baja. Escucho al público impacientarse.
Cantan que si no salimos de nuevo se va a armar quilombo, putean a la policía,
a Pappo, comienzan los silbidos y aplausos y el aire se enrarece, todo se torna
más tenso. Dolores se me acerca y me pasa el celular para que hable.
-Hola
amor, ¿qué pasó? – del otro lado Ángela suena más dulce que nunca, y la paz
regresa a mí, y si afuera la gente se mata ya deja de ser mi problema.
Ángela
me dice que está bien, que ya pasó lo peor, que no le importan las vueltas
legales que su familia pueda llegar a hacer, que ella va a estar siempre
conmigo, que lo que le pasó fue solo un susto, que me necesita a su lado para
poder mejorarse, y varias mentiras más, sé que me está mintiendo, pero me
genera ternura que mienta así para hacerme sentir bien. Uno no miente por
cualquiera, miente por alguien a quien quiere, las mentiras piadosas encierran
en sí un amor incondicional. Vuelvo a pensar por mí mismo, regreso a la realidad.
El zumbido desaparece y todo vuelve a ser normal.
-Tenemos
que salir – me susurra Dolores apoyando su mano contra mi hombro. Asiento.
Regresamos
a escena bajo una lluvia de aplausos. El público coreó mi nombre hasta que los
interrumpimos con los acordes de Lucy Goes, una bonita canción con un
estribillo pegadizo con destino de hit radial.
De
repente todo eso que tanto odiaba ahora lo disfruto. Ese es el poder de Ángela
sobre mí, y tengo tiempo de alejarme mentalmente a un tema de Javier Calamaro,
donde afirma que “el poder que tenés sobre mí ya me aleja de la oscuridad”, y
entonces la gente saltando y cantando ya no me molesta, ya no me importa que no
nos estén escuchando, somos la excusa perfecta para que esa gente pase un buen
momento, somos mártires que sufren para que otros sean felices, y eso en el
fondo me reconforta. Arengo al público diciéndoles que qué les pasa que están
tan cansados, y por una cuestión de mero orgullo los cantos se intensifican, y
nadie se atreve a permanecer quieto por temor a ser tildado de pecho frío o
careta. Cuando las luces los iluminan puedo ver las sonrisas en sus rostros,
algunos viajaron desde muy lejos, están sin dormir, sin comer, afuera la
policía los cagó a palos, y aun así están felices. Ángela puede hacerme ver el
lado positivo de las cosas. Gracias a ella puedo ver y disfrutar la belleza del
caos, ella me hace sentir que “sacar belleza de este caos es virtud”.
Al tocar
la canción Cowgirl todo se desmadró, esa es una canción que compuse para
Ángela, para que pudiera mantener el ritmo al compás del bombo en negra en 128
BPM, sé que le gustó, y se tomó con humor el título del tema, que hace
referencia a su postura favorita.
-Hago el
amor a 128 BPM – se ríe cuando está de buen humor, y verla reír es hermoso, es,
simplemente, “una copa de la mejor cuando se ríe”.
La
mayoría de las mujeres presentes se quitaron las remeras y sostenes, dejando
sus pechos al aire, cabalgando sobre los hombres de los hombros que las
sostenían. ¿El problema? Algunas eran menores de edad, y además había un fiscal
actuando de oficio, quien no tardaría en denunciarme por incentivar a la
promiscuidad y obscenidades en público. Así de al pedo está la justicia en
Argentina.
El show
terminó con el himno Warsaw, coreado por todos con los encendedores en alto
haciendo flamear las llamas, y Whisky puso punto final a la velada.
El
regreso al hotel fue similar al de nuestro show pasado. Bauer se fue con una
hermosa rubia, Ton sacaba punta a sus lápices porque había conseguido dos
chicas que posarían para él, Dolores y su pasajera pareja se fueron sin
despedirse despertando los ratones de todos los presentes.
En el
hotel me esperaba una inmensa guardia de periodistas a los que ignoré por
completo a sabiendas que no tardarían en carnearme en vivo desde sus
respectivos programas. Mi habitación estaba extrañamente ordenada, fría, oscura
y solitaria. Envié un par de mensajes a Ángela pero no obtuve respuesta a pesar
de ver que los mensajes habían sido recibidos y leídos.
Siempre
llevo conmigo cuando viajo un ejemplar de Sobre Héroes y Tumbas o El Túnel que
leo aleatoriamente en la página que caiga al abrir el libro, la literatura es
una buena medicina para dormir. Claro que con el grado de insomnio avanzado que
poseo las páginas se suceden una tras otra y el sueño no llega. Reflexiono
sobre las novelas de Sábato, en El Túnel mata a la mujer que ama, y en Sobre
Héroes y Tumbas muere la mujer que amamos todos. Pienso en Ángela. ¿Qué estaría
haciendo? ¿Qué pensaría? ¿Estaría soñando?
Me doy
cuenta que no puedo vivir sin ella, y eso es un problema. Nuevamente Calamaro
regresa a mí con su doloroso “ella no va a volver y la pena me empieza a crecer
adentro”, no hay plan B. Es ella o ninguna, básicamente porque no existe otra
persona capaz de soportarme, digamos, yo podría enamorarme de miles de mujeres
más, pero ninguna de esas miles concretaría un amor real hacia mí. Pero al
hacer esa reflexión interna pienso que nada me garantiza que Ángela sí sienta
amor por mí.
Soy mi
propio verdugo. Soy el prisionero bajo la guillotina y el hombre en cuero con
una capucha negra en la cabeza. Soy el pez, la boca y el anzuelo. Siempre supe,
o al menos sospeché, que al final solo seriamos mi mente y yo. Mi poema
Silencio Estampado pudo haber funcionado en su momento como algo visionario,
“¿Soy yo en tu cuerpo o vos en mi mente?”, para el caso es lo mismo. Me
encontraba solo por mis propios actos. Abandonado. Frustrado. Con culpa.
Ángela
es una tentación constante, tenerla ebria o drogada solo para mí es un acto de
egoísmo sin precedentes. Ella es una mujer libre y eso me altera, me desacomoda
la estantería, odio su libertad. Escribo en mi libreta de poemas “cuidado nena,
se te enfría en corazón con tanta libertad”, algún día eso será un poema
completo.
La única
forma de tenerla conmigo es haciéndole daño, y eso casi la lleva a la muerte en
un par de ocasiones. Soy el autor intelectual de estos crímenes perfectos, y
sin darme cuenta, también soy víctima de ellos.
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