miércoles, 2 de noviembre de 2016

Las Últimas Palabras del Señor Dasei

Apenas caía el sol. Podía ver el anaranjado del cielo mezclarse con el azul oscuro de la noche que amenazaba con imponerse. Comencé a sentir frío, claro, estaba desnudo al aire libre un día común del mes de Julio. Por mis venas corría el miedo, uno es valiente pero hay determinadas cosas que nos agobian y por más terapia que se haga el temor sigue allí, como una hoja en blanco que nos mira, nos desafía y nos goza, porque el miedo se divierte con nosotros, le gusta asustarnos consciente de su poder.
Allí me encontraba, desnudo, casi inmóvil, porque vale destacar que también me encontraba con las manos atadas por la espalada, y también estaban atados mis tobillos con una gruesa y húmeda soga. Me dijeron que me mueva, me dieron un empujón, yo apenas podía moverme, claro, no es fácil caminar con todas las extremidades prisioneras de los nudos. Caminé como pude, lento, como esos ancianos que salen a caminar por recomendación del médico aun cuando no sienten ganas de caminar, y me paré donde me lo indicaron.
Un hombre de barba, corpulento y con expresión de monstruo se acercó a mí y me vendó los ojos con una tela que en su momento supo ser blanca, pero hoy ya mostraba pequeños grises que el jabón en polvo era incapaz de disimular. El vendaje también estaba húmedo.
-¿Un último deseo? – me preguntó gentilmente.
-No sé – dije - ¿Qué se estila generalmente en estas circunstancias?
-Un pucho.
-Un pucho entonces.
Agudicé mis oídos y sentí como el hombre de barba buscaba en sus bolsillos lo que supuse sería el paquete de cigarrillos, supe también que lo estaba abriendo para mí por el sonido del celofán romperse. A continuación escuché como la cabeza rasposa de un fósforo se frotaba contra uno de los lados de su caja para encenderse, como siempre pasa los fósforos no prenden de una, y el hombre debió frotarlo varias veces, recién al tercer intento el fuego se hizo presente.
-¿Quiere decir sus últimas palabras? – me consultó.
-¿Debería?
-La mayoría hace uso de esta opción.
-¿Y qué dicen?
-Rezan, juran venganza, nos insultan, cantan, depende…
-Bien, debería decir algo entonces.
-Pero apúrese por favor, no tengo todo el día.
-Si no hay amor que no haya nada.
El hombre de barba lanzó una carcajada a modo de burla. Me tiró el humo del cigarrillo que acababa de prender en la cara y luego lo colocó en mi boca.
-¡¡Apunten!! – gritó.
El temor me invadió. Estaba desnudo, atado, con los ojos vendados y un pucho en la boca. Jugado sin fichas dirían en el barrio.
-¡¡Fuego!!
El sonido de la escopeta fue ensordecedor. El plomo viaja rápido pensé, porque al mismo tiempo de escuchar la explosión de arma mi pecho comenzó a arder. La bala dio de lleno en mi corazón, al menos el tirador tiene puntería me dije mientras caía de rodillas sobre el suelo. Intenté respirar. Me dolieron los pulmones y recordé la vez que tuve neumonía. Esto era peor, esto era dolor de verdad. Mi tórax se estaba prendiendo fuego, se incendiaba desde adentro. Si bien mis ojos estaban vendados mi vista se tornaba nublosa. Caí de costado y con lo que supuse serían mis últimas fuerzas tosí. Mi garganta expulsó sangre que no tardó en bañar mi cara a modo de lluvia. Oí unos pasos acercarse. Las botas hacen ruido.
-Señor – dijo una joven voz – Sigue con vida.
-Carajo… pónganlo de pie otra vez.
Agradecí al joven que ayudó a incorporarme.
-¡¡Apunten!! – gritó con furia el hombre de la barba.
-Esperen - supliqué - ¿No cree usted que debería renovar mis últimas palabras?
-Vamos hombre, no se me va a poner sentimental ahora.
-Al final de cuentas mis últimas palabras no resultaron ser las últimas.
-Tiene sentido, diga nomás.
-Dios es música – dije, sinceramente, sin saber que decir.
El silencio en el ambiente me hizo saber que los presentes estaban desconcertados, seguramente se estarían mirando entre ellos, algunos burlones, otros anonadados, otros deseando que la situación finalice cuanto antes.
-¡¡Fuego!!
Esta vez la bala dio entre mis cejas. Se me vino a la mente un partido de fútbol de mi infancia, yo era arquero y el delantero rival pateó con fuerzas, yo, falto de reflejos no puse las manos y el balón dio de lleno en mi cara volteándome. Si bien era un dolor parecido, sobre todo por la caída en peso muerto hacia atrás, esta vez todo fue más intenso y con olor diferente. El humo de la pólvora ingresaba por mis fosas nasales. Comencé a sentir un agudo sonido, ese chillido que se escucha cuando estamos aturdidos es un “LA”, la última nota que escuchamos en nuestra vida es un mísero e insignificante “LA”, volví a toser y todo se tornó silencioso, sentí mi cuerpo flotar, quise moverlo pero no pude.
-Desátenlo – fue la orden.
El joven que ayudó a ponerme de pie fue el encardado de desatarme. A pesar de estar aturdido pude escuchar como el hombre de barba le ordenaba que me arrojara donde estaban “los otros”, y que vaya urgente a buscar a uno nuevo.
-Con este tardamos más de la cuenta – dijo.
-Señor – dijo el joven – Todavía respira.
Mi cuerpo reaccionó. Pude ponerme de pie por mis propios medios.
-Disculpen – dije - ¿Alguien tiene una aspirina? Esa bala me movió el cerebro, me duele la cabeza.
Algunos se asustaron y comenzaron a persignarse en el mismo momento que yo me quité la venda de los ojos.
-Imposible – dijo el hombre de la barba - ¿Cómo?
-Miré hombre – le expliqué – Si usted cree que con una bala puede matar a una idea está equivocado.
Palmeé su espalda en amigable gesto y me retiré del lugar caminando silencioso hacia mi destino, consciente de mi inmortalidad.