Escribir para resolver misterios vinculados al cosmos y
otros planetas, para refugiarnos de las crueles barras del destino, para
complacer (una vez más) a la soledad y sus aliados. Escribir para escaparle al
tormentoso pasado dejando registros equívocos, para esperar por el incrédulo
futuro que se sabe peor, escribir porque en el presente no hay nada mejor.
Escribir para tratar de encontrarle, luego de una absurda y
testaruda búsqueda, un consuelo a esa tristeza, a ese mal recuerdo, escribir
para sanar los traumas y gambetear a los tan necesarios psicofármacos. Escribir
para concretar nuestras fantasías, para conquistar aquel corazón inalcanzable
para los mortales, escribir (como los Griegos) para alcanzar la inmortalidad,
para llenar de dudas al mundo, para reírse de las certezas y sus derivados,
para burlarnos de la razón en su más amplio sentido.
Escribir para poder cantar, dibujar y crear.
Escribir para darle batalla al insomnio, para demostrarle a
la ansiedad quién es el que manda, para dejar en ridículo a los psicólogos,
escribir, ¡carajo!, para decirle a Dios que acá estamos, haciendo proezas
truncas tratando de solucionar sus defectos y sus perfectas imperfecciones de creador improvisado,
escribir para demostrarle que es un holgazán.
Escribir para legalizar la infidelidad y otras hierbas.
Escribir para escapar de la burocracia, la política y la
economía, para eludir a las religiones y acercarnos a la fe, para que el vino
sea más efectivo y las alucinaciones no sean lejanas y desconocidas.
Escribir para bajar la fiebre y hacer del delirio algo
crónico.
Escribir para conquistar el alma de una hermosa damisela virgen
que silenciosa espera ser abrazada por sorpresa por el verdadero y eterno amor,
o como dirían en el barrio, escribir, simplemente, para levantarse una minita.

